Floren Aoiz Escritor
«Si estirem tots, ella caurà i molt de temps no pot durar»
Tras la presentación de los principios y compromisos básicos de los estatutos de la nueva formación de la izquierda abertzale, el autor analiza las primeras reacciones y las implicaciones de esta nueva iniciativa política. Tras calificar de trascendental el paso dado ayer, incide en que éste lleva consigo un cambio de paradigma y de marco, que derrumbará «el marco del antiterrorismo».
La estaca. Un clásico, catalán, también, desde luego, vasco, universal. Lluis Llach inmenso poniendo voz a millones de gritos. A esas voces que suenan, también estos días, recordándonos que uniendo nuestras fuerzas somos muchas y muchos y podemos tumbar esa maldita estaca a la que nos tienen agarrados. La estaca de la criminalización, de la persecución de ideas, pero también, más pronto que tarde, la estaca de los estados-cárcel para los pueblos.
La presentación por parte de la izquierda abertzale de los estatutos para el nuevo partido ha vuelto a agitar el panorama social, político, institucional y mediático. Si bien todo el mundo en Euskal Herria esperaba este paso, según el pseudovocero gubernamental español Aizpeolea «la izquierda abertzale ha sorprendido».
Una vez más, el gobierno del PSOE se nos ha mostrado desbordado por los acontecimientos, intentando hacer de la necesidad virtud, para que creamos que estamos ante el fruto de la acertadísima estrategia policial. Ya lo adelantan en El País: «conscientes de que la razón de Estado se imponía en la calle y en las instituciones, componiendo así una realidad social y política que comprometía su propia existencia presente y futura, el radicalismo abertzale proclama su catarsis renegando del nervio medular de su propia existencia: corta de una vez el cordón umbilical con ETA.»
¡Pobricos! ¡Qué necesitados están de creerse sus propias majaderías! Tanto que se contradicen una y otra vez a sí mismos sin ir más allá de las consignas recibidas desde donde todos sabemos. Es comprensible que El País se vea obligado a encarar grandes esfuerzos para ayudar a digerir a sus lectores lo que viene, pero nadie en su sano juicio interpreta lo que está ocurriendo en Euskal Herria como una victoria de la razón de estado. El paso de la izquierda abertzale por ventanilla, con unos estatutos que respetan escrupulosamente los términos de la Ley de Partidos, desnuda irreversiblemente esta ley. No es la victoria de esa legislación excepcional, sino su fecha de caducidad y el fracaso rotundo de la estrategia en la que se ancla. Algo solo posible ahora, después de un largo proceso de de readecuación estratégica y acumulación de fuerzas.
Esto lo sabe muy bien el gobierno español. Por eso, en lugar de haber preparado una alfombra roja para la izquierda abertzale, que es lo que cualquier gobierno habría hecho de ser cierta esa «victoria de la razón de estado», ha querido sembrar el camino de minas, alambradas y obstáculos.
No lo ha conseguido, sin embargo y la presentación de los nuevos estatutos crea una situación de muy difícil resolución. El PSOE se encuentra ahora sumido en una debilidad pasmosa, atrapado entre sus propias contradicciones y sometido a una dura presión por parte del PP. Además, claro está, de observado por una comunidad internacional perpleja ante un gobierno incapaz de hacer nada más inteligente que cerrarse en banda y proclamar su inmovilismo.
Hasta ahora, todos y cada uno de los pasos que ha dado el independentismo de izquierdas han pillado por sorpresa a los maquiavelines españoles, que se han visto obligados a reformular constantemente sus interpretaciones de los hechos, mientras repetían su discurso inmovilista como última barrera ante el precipicio de unos cambios no previstos y para los que no estaban preparados.
El acto de Bilbo va mucho más allá de la explicación pública de los pormenores de esos estatutos y la reflexión en la que se basan. Los pasos que la izquierda abertzale ha venido realizando constituyen un viraje estratégico de gran importancia política. Sin duda alguna, la historia hablará de un antes y un después de esta decisión. Y en este proceso, la izquierda abertzale ha marcado sus tiempos y sus ritmos, pese a los zarpazos represivos. Y no sólo ha hecho esto, también ha creado una situación en la que, paradójicamente, cada intento desestabilizador por parte del estado español ha fortalecido más la apuesta, ha cohesionado más a la propia izquierda abertzale y ha contribuido a profundizar las alianzas con otros sujetos políticos y sociales vascos.
Una de las claves de la iniciativa política consiste en marcar la agenda. Quien marca los tiempos no sólo condiciona las fechas y los ritmos, sino que demuestra su capacidad para orientar los contenidos y definir así los parámetros de una confrontación. Hace tiempo que el gobierno español comenzó a perder esta batalla que consideraba definitivamente ganada gracias a la centralidad de los aspectos represivos.
En los últimos meses, torpeza tras torpeza, hemos comprobado la incapacidad del gobierno español para asimilar lo que venía sucediendo. Pese a su situación de ilegalidad y la persecución que sufre, la izquierda abertzale ha marcado la agenda. Lo ha logrado porque ha hecho sus deberes, porque ha sido capaz de reinventarse, porque ha vuelto a resurgir de sus propios errores y limitaciones y porque ha sido capaz de encontrar aliados que están asumiendo niveles de compromiso sencillamente impensables hace unos pocos años. De todos ellos y ellas es, y de miles y miles de personas, la responsabilidad de este paso histórico.
Estamos ante un cambio de paradigma, de marco. Los estados español y francés van a encontrarse con obstáculos cada día mayores para imponer el marco del antiterrorismo como mecanismo de negación de su crisis estructural y parapeto frente al debate político sobre el modelo de estado.
Estamos, por tanto, ante el principio del fin de la excusa del antiterrorismo. Se acaba la gran coartada. Los nacionalismos español y francés se habrán de enfrentar sin ese escudo a sus demonios más inquietantes. El antiterrorismo ha marcado la negación de la política, el continuo aplazamiento de las demandas de las naciones sin estado, la prohibición de todo debate sobre la forma del estado. Se está derrumbando el paradigma sobre el que se ha construido el armazón de la legitimación de los estados. Y no tienen otro. Por eso se resisten a abandonarlo.
Es pronto para comprender el alcance de este derrumbe. La izquierda abertzale es consciente del paso que ha dado y de los efectos que esto va a traer consigo. Pero habrá que esperar, porque la batalla ideológica, como la confrontación política, van a ser gigantescas.
Van a cambiar los parámetros de la confrontación, pero esta seguramente se va a intensificar. No parece que la represión vaya a debilitarse fácilmente. Es posible que respondan a estas iniciativas con nuevas redadas. Se aferrarán con desesperación al antiterrorismo, pero les resultará cada día más difícil y menos rentable.
En este contexto, la batalla de las ideas va a adquirir cada vez más protagonismo. Batalla de las ideas y batalla de los relatos, para contar lo que ocurre y sus razones, pero también batalla de los valores, los sentimientos y las emociones. Una confrontación en la que la memoria histórica ha de jugar un papel principal y en la que la pervivencia, recreación y emergencia de referentes colectivos va a ser también muy importante.
Imágenes como las de nuestras manos unidas para tirar de una vez por todas la maldita estaca pueden representar nuestros anhelos mucho mejor que miles de discursos... si yo tiro fuerte por aquí, y tú tiras fuerte por allí, seguro que cae, cae, cae, y podremos liberarnos... ¡Seguro que sí!