Isidro Esnaola Economista
Productividad y salario: no juguemos a pequeña
Angela Merkel continúa marcando la agenda económica en Europa. Ahora ha puesto sobre la mesa el pacto de competitividad, uno de cuyos puntos plantea que los salarios no deben crecer en función del IPC, como ocurre por aquí, sino en función de los cambios en la productividad. La idea ha provocado cierto revuelo. Al principio fue acogida con frialdad por algún representante de la patronal, aunque después la han apoyado, y ha sido criticada por los sindicatos. A mí no me pareció mala en principio; sin embargo, viniendo de la portavoz del capital en Europa Ángela Merkel es mejor darle unas vueltas par ver donde puede estar la trampa, si es que la hay.
Esta idea es una de las seis medidas que el Gobierno alemán ha propuesto con el pomposo nombre de pacto de competitividad. Muchas veces competitividad y productividad se utilizan como sinónimos aunque no lo son. Según la definición que da Wikipedia, la competitividad es «la capacidad de generar la mayor satisfacción de los consumidores al menor precio». Esto no es ni un indicador, sino algo así como quedarse a gusto con lo comprado y con el precio pagado. No es más que un comodín ideológico.
En cambio la productividad es otra cosa. Si tenemos una semilla de arroz y la plantamos podemos obtener, por ejemplo, veinte granos de arroz. La productividad de esa semilla será veinte granos recolectados por uno utilizado. La productividad es lo que intuitivamente ya sabíamos, la relación entre el producto conseguido y los recursos utilizados para ello. Este cálculo se puede ir complicando mucho más si además de la semilla usada en la siembra tenemos en cuenta el trabajo invertido, la utilización o no de máquinas, el uso o no de fertilizantes, así podemos llegar a tener una descripción meticulosa de todos los recursos utilizados para lograr esa cosecha y calcular la productividad respecto a alguno de ellos, la productividad del trabajo pongamos por caso, o respecto al conjunto, la productividad total de los factores.
De manera que la productividad es la relación entre la producción obtenida y los recursos utilizados en una unidad de tiempo que generalmente suele ser un año. La productividad mide ni más ni menos que la eficiencia de un sistema económico cualquiera, sea una granja, una empresa o la economía nacional de un país.
La productividad por lo tanto es una fracción en la que el numerador es el producto obtenido y el denominador son los recursos invertidos o gastados. Las unidades de medida pueden ser diferentes. Se pueden utilizar unidades físicas como por ejemplo toneladas de arroz por hora trabajada pero esto dificulta mucho la comparación más allá de una misma rama de la economía, por lo que se suelen utilizar unidades monetarias, es decir, el valor de la producción por gasto salarial o el valor del producto por capital invertido. Por lo tanto, cuando hablamos de productividad lo que tenemos es cantidad de producto por el precio de venta en el numerador y cantidad de trabajadores por salario en el denominador.
Pues bien, la productividad aumenta cuando el numerador crece, es decir, cuando la cantidad de producto por el precio se hace mayor con la misma cantidad de gasto, o alternativamente, cuando el denominador disminuye, o sea, se produce la misma cantidad de producto con menos trabajadores por el salario que cobran. El resultado de todo ello es que tenemos cuatro variables para medir la productividad: la cantidad de producto, el precio de ese producto, la cantidad de trabajadores y el salario de esos trabajadores.
Llegados a este punto, podemos empezar a discutir las opciones que abre la propuesta de Ángela Merkel.
Seguir como hasta ahora subiendo los salarios en función del IPC ¿es bueno o malo para la clase trabajadora? A tenor de como nos ha ido no se puede decir que sea muy bueno. En el reparto de la riqueza, la clase trabajadora ha perdido desde 1985 hasta hoy más de cuatro puntos del PIB. Puede no parecer mucho pero esos cuatro puntos suponen 19.000 euros para cada uno de los 180.000 parados actuales. Es lógico que si se plantea la lucha salarial en función del IPC, no quede margen para después hablar de productividad, de manera que todos los aumentos de productividad se los queda el capital que ha aumentado su parte de la tarta en cerca de cuatro puntos.
Además, el IPC y la carestía de la vida son cosas bastante diferentes. Por ejemplo, la vivienda tiene un peso muy pequeño en el IPC porque la mayoría de la gente tiene vivienda propia y entonces se considera inversión y no consumo, y sin embargo, es el mayor gasto en el presupuesto de una familia y el que más ha subido en los últimos años.
La productividad por otra parte refleja el movimiento de precios y salarios. En el numerador tenemos cantidad de producto por el precio y en el denominador número de trabajadores y salario. Si aumentan los precios, el numerador aumenta y por lo tanto la productividad también, lo que daría pie a exigir aumentos salariales. Si los salarios disminuyen, la productividad aumenta, lo que también permitiría a los sindicatos exigir aumentos de sueldo acordes al aumento de la productividad. Este indicador por lo tanto varía con el movimiento de precios y salarios y recoge no solo los cambios en la cantidad de productos fabricados sino también el efecto tanto del encarecimiento de los precios como de los cambios en los salarios.
¿La productividad de Euskal Herria es alta o baja? Viendo las estadísticas, la productividad viene a ser mayor a la de otros países europeos. ¡Increíble! ¿Cómo lo hemos conseguido? Ha podido ser aumentando el numerador, es decir, la cantidad de productos hechos y/o la calidad, y por lo tanto su precio, o disminuyendo el denominador, es decir, reduciendo el número de trabajadores y/o sus salarios. Teniendo en cuenta que hay más de 180.000 personas registradas en el INEM, parece bastante claro que lo que se ha reducido ha sido el número de trabajadores. Además, como los salarios se mueven con el IPC, no bajan y el ajuste siempre se hace destruyendo empleo. Si pusiéramos a todas esas personas a trabajar, o solo a una cierta cantidad de ellas hasta igualar la tasa de paro a la tasa de paro europea, la productividad caería en picado.
La economía de nuestro país maquilla los resultados de productividad a cuenta del trabajo. La estructura económica que no tiene capacidad de emplear a todas las personas dispuestas a trabajar y es por lo tanto altamente ineficiente y poco productiva.
Manejar el indicador de productividad tiene un efecto añadido. La mejora continua en los sistemas de producción y en la organización del trabajo permite que la tendencia de la productividad sea creciente. Si la productividad aumenta, es decir, si la eficiencia económica mejora continuamente, la pregunta que surge a continuación es: ¿por qué demonios tenemos que trabajar más horas y más años, si trabajando el mismo tiempo producimos más? Si se produce más con lo mismo, la riqueza será mayor por lo que no hay ninguna razón para jubilarse más tarde, o para trabajar menos ahora cobrando lo mismo y repartir el trabajo con aquellos que están en paro. El debate sobre la productividad abre la puerta a plantear el reparto del tiempo de trabajo, la duración de la vida laboral, el reparto de la riqueza y la posibilidad de trabajar menos tiempo y vivir con lo justo.
Hace tiempo que era evidente que el pacto social que creó en Europa el Estado de Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial estaba roto. En este momento el capital se siente fuerte, muy fuerte, y está aprovechando la crisis actual para desmantelar los últimos vestigios de aquel pacto social, en este caso, la red de seguridad para los trabajadores fijos que es la actualización de salarios en función del IPC. Pero en esta dinámica de desmantelar todo, está abriendo también nuevos espacios para la lucha por el reparto de la riqueza y del trabajo, para crear alianzas con los trabajadores precarios y parados y para el debate sobre el modelo de sociedad.
Es tiempo de aparcar viejos dogmas que no nos dejan ver más allá de lo que tenemos, algunos, de valorar lo que se pierde pero sobre todo lo que se puede ganar y de apostar. Ya lo dice el aforismo: jugador de pequeña, perdedor de mus.