Xabier Silveira Bertsolaria
Fuera de la ley
Me temo que esto terminará con bertsos que giran en torno al arrepentimiento, poesía que habla de lo que pudo ser y frases compuestas sin sentido ni razónTodo lo hago fatal, soy un desastre, y mira que me jode hablar así; pero es la verdad y no me engaño. ¿Qué sentido tendría mentirme a mí? Ya no soy como ayer, ya no me quiero y mis chistes no me hacen reír...». King Putreak.
La autocrítica parte de la sincera asunción de un diagnostico realizado a, por y para uno mismo y debería servirnos para detectar tendencias erróneas, tomas de decisiones incorrectas, actuaciones injustas etc. Y poder así rectificarlas. En su simplicidad radica lo complicado del asunto.
Raro es el caso en el que un sujeto detecta en sí mismo un error antes de que alguien se lo reproche. Es ahí donde se complica el tema. El rechazo del prójimo a nuestros actos repercute de forma importante en el análisis que nosotros podamos hacer a posteriori de ellos, y si no es la primera vez que se nos llama la atención por ese mismo acto, su influencia es aún mayor. Se multiplica.
De ahí que lo que llamamos autocrítica pocas veces lo sea y terminemos convenciéndonos de que lo que de mí no le gusta a fulanito está, simplemente, mal. Llegados a esta situación y si se diera el caso en el que intentáramos poner remedio al problema, ¿estaríamos reparando lo que no es de nuestro agrado o intentando agradar a otro?
Yo vivía fuera de la ley, en arrabales de una vida limitada. Cantaba lo que nadie decía, rimaba lo que nadie quería escuchar, detestaba a los ídolos de quien me aplaudía, me reía de quien todos lo hacían a escondidas, saltaba de donde nadie lo haría... Y la guillotina de los señores del bien me saltó al cuello cual perro rabioso. Empujado por el miedo caí en la trampa de creer que tanta gente no podía estar equivocada, de que era yo quien se equivocaba. Y paré. Me propuse ser quien ellos querían ver, sin ni siquiera poder, ¡joder!, sin ni siquiera poder recordar el bertso aquel. Pero me lo recordó Amets: «Barkatu ezin ninteke izan/ zuk ikusi nahi duzuna». Pero, idiota yo, lo había intentado. ¿De qué me sirvió? De nada, absolutamente.
Ahora salgo a la calle cuando no enciendo el televisor y encuentro en sus paredes espejos del espejismo que yo intenté ser. Veo el reflejo de quien agobiado por la verborrea demócrata intenta ser quien nunca fue. El rumbo mayoritario lo empuja a la deriva, carné de socio y que no se diga. Oferta. Todo por nada. Y la jauría de canes que se regocija ante la perspectiva de cincuenta años más de basura parlamentaria, de ninguneo institucional, eso sí, eh, todo legal.
A nadie volveré a decir jamás lo que debe hacer; si acaso, le diría lo que haría yo en su caso. Las cosas sólo suceden una vez -hasta que se repiten-, pero me temo que esto terminará embadurnado de bertsos que giran en torno al arrepentimiento, poesía que habla de lo que pudo ser y frases compuestas sin sentido ni razón.
Ojalá me confunda, ya me ocurrió una vez. Ay, no, fueron dos. Bueno, con esta tres.