En un estado de interinidad y provisionalidad permanente, Bélgica igualó ayer el «récord mundial» de 249 días sin poder formar gobierno que ostentaba Irak. La falta de un acuerdo sobre el futuro institucional de Bélgica, al que muy pocos dan posibilidades de éxito, ha llevado a que los belgas sean dirigidos por un gabinete que solamente se encarga de expedir el gasto y los asuntos corrientes. De hecho, ya han comenzado a explorar la posibilidad de intervención de mediadores internacionales, y suena el profesor de Derecho de Harvard Robert Mnookin, que ya ha subrayado la probabilidad de que Bélgica se separe en los próximos diez años.

La «muerte» por separación de Bélgica como estado unitario puede parecer a algunos una visión exagerada, pero la parálisis, el progresivo desmantelamiento y la discapacitación para encarar un futuro unitario la hace cada día más inevitable. La espiral de pasiva agresión entre flamencos y valones aleja el sentido del propósito común y, paradójicamente, los une en la «estrategia de dejar pudrir» la situación para que sea abono de una nueva realidad. Así las cosas, la solución más sensata es el divorcio civilizado con un justo reparto de bienes.