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Txisko Fernández Periodista

Konnichiwa, supervivientes

Este el saludo más común entre los japoneses: Konnichiwa. Un saludo que se repite constantemente, a cualquier hora del día, tanto entre amigos como cuando se dirigen a personas desconocidas. Pensando en las trágicas consecuencias del terremoto que sacudió el viernes esa zona de nuestro planeta, antes que nada quiero saludar a los supervivientes: Konnichiwa.

Para ellos, ayer amaneció de nuevo. El sol volvió a levantarse sobre las aguas del Pacífico, por el mismo horizonte en el que, apenas 24 horas antes, vieron llegar el enorme tsunami que arrasó pueblos y ciudades de una amplia zona costera. Para todos ellos, éstas serán jornadas para llorar a los desaparecidos, para recordar a quienes les han sido arrebatados de un golpe. Un golpe tremendo, el del dolor, el de la pérdida. Mucho más difícil de superar que el cataclismo físico; mucho más penoso de levantar que las construcciones que han quedado derrumbadas.

Desde este Lejano Occidente, es muy fácil entender el alcance material del superterremoto. Basta con ver un par de vídeos, apenas unos cuantos minutos de grabación, para sentirse abrumado por el mareante movimiento de las aguas o, incluso, sufrir auténtico vértigo al observar cómo se mueven esos rascacielos ubicados a miles de kilómetros de nuestra casa.

Pero ése no es el auténtico coste que van a pagar los habitantes de aquellas islas. No hay que preocuparse por el balance económico que supondrá el seísmo para la tercera potencia mundial. El precio que van a pagar por esta catástrofe decenas de miles de japoneses, quizás millones, es mucho más humano y, por eso mismo, no quedará registrado en los mercados financieros ni en las balanzas comerciales.

Este terremoto -como otros anteriores, en Japón o en cualquier otra parte del mundo- se va a cobrar muchas vidas humanas, muchos años de dolorosos recuerdos, muchas lágrimas desconsoladas, muchas noches de insomnio. Por todo ello no conviene destacar en exceso que la sociedad japonesa está muy bien preparada para afrontar los terremotos, porque son conscientes de que son inevitables, o que superará sus consecuencias mucho antes que las gentes de Haití o de Chile. Eso es cierto, pero no sirve de consuelo para los supervivientes.

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