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«El imperio Comanche»: la verdad sobre los jinetes de la llanura

La publicación de «El imperio comanche» (Editorial Península, 772 páginas), escrito por el profesor finlandés Pekka Hämäläinen, aporta una visión novedosa y sorprendente sobre la hasta ahora apenas conocida nación comanche y nos desvela un modelo social y político alejado de los estereotipos primitivos y salvajes que siempre han sido asociados al nativo norteamericano.

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Koldo LANDALUZE

La brisa mitiga el calor de un sol plomizo que expande su luz cegadora a través de los verdes y extensos pastos de una llanura que, tiempo atrás, fue habitada por manadas de bisontes. La bandera del Tercer Regimiento del Séptimo de Caballería ondea tímidamente en esta mañana del 12 de setiembre de 1867. El coronel Jeremiah S. Armstrong se atusa su frondoso bigote y, sin apartar la mirada del campamento comanche que se alza junto a un riachuelo, ordena a su lugarteniente:

-Teniente, disponga a los hombres en posición de ataque.

-Señor -responde dubitativo el subordinado-. Los exploradores han informado de la no presencia de guerreros hostiles. Sólo hay mujeres, niños y ancianos...

-¡Por los clavos de Cristo, teniente! -replica Armstrong mientras borra las gotas de sudor que salpican su rostro-. Un día, y Dios no lo quiera, esos niños, le cortarán a usted la cabellera y esas mujeres seguirán pariendo demonios que degollarán a los hijos de sus hijos... ¡Ordene toque de trompeta!

Una trompeta y la atronadora galopada de un regimiento trituran el silencio. La bandera ondea con fuerza, el sol refulge en el filo de los sables desenvainados y las casacas azules contrastan con el verde que un día fue habitado por manadas de bisontes. De entre el polvo emerge la amenaza y al fondo, en el campamento que todavía se está desperezando, se ejecutará una de las muchas matanzas que tiñeron de sangre las praderas del sur de los Estados Unidos.

En junio de aquel mismo año, guerreros procedentes de diversas tribus se habían unido para atacar Fort Wallance, al norte de Sand Creek. El doctor de origen británico William A. Bell fue testigo directo de aquel ataque orquestado por los nativos: «... se detuvieron unos minutos... después, como un torbellino... se abalanzaron sobre un grupo de 150 soldados... Las sillas quedaron vacías. Obligaron a los soldados a tumbarse en el suelo boca arriba... los indios mataron a cinco hombres, entre ellos el sargento Frederick Wylyams... todos los soldados cayeron uno por uno, vendiendo sus vidas».

El doctor Bell detalló en un informe posterior el legado de esta incursión indígena: «Los músculos del brazo derecho cortados hasta el hueso eran el corte de brazo cheyenne, la nariz rajada de la tribu pequeña o arapahoe; y la garganta cortada era signo de la presencia de los sioux. Por lo tanto en la batalla participaron guerreros cheyenne, arapahoes y sioux. No supe hasta más tarde lo que significaban estos signos, y aún ignoro cuál era la tribu que indicaba su presencia con incisiones en el muslo, en forma de cuchilladas oblicuas. La forma y el color de las flechas también variaba según la tribu; por el número de formas diferentes se podía deducir claramente que los guerreros de las distintas tribus habían dejado la suya en el cuerpo de los hombres muertos».

Escenas como esta se repitieron constantemente hasta el año 1870. Para entonces, los principales jefes nativos habían muerto. Todas y cada una de las secuencias del Salvaje Oeste, recreadas más o menos fielmente a través de los westerns, han asentado los cimientos de una iconografía popular. En estas películas, los mal llamados indios se han mostrado como un obstáculo para el progreso y la civilización que representaba la fuerza colonizadora del hombre blanco. Más allá de estos tópicos, se han llevado a cabo diversos y muy profundos estudios encaminados a hacernos saber que los primeros habitantes de aquellas tierras tenían su propio mundo social y cultural.

Entre los diferentes pueblos nativos de Norteamérica y México destaca la etnia Comanche; una nación nómada, dotada de una flexible estructura económica y militar, que tuvo que alzarse en armas contra la invasión británica y española, y enfrentarse a naciones como las incipientes EE.UU. y México. Desde el sudoeste de Estados Unidos hasta el norte de México, pasando por las grandes llanuras tejanas y la Baja California, los comanches -además de dominar a otras tribus que habitaban su mismo territorio y ganarse el respeto de los fieros apaches- fueron capaces de detener, a finales del siglo XIX, el inexorable avance de las caravanas de colonos que contaban con el respaldo del ejército.

Un imperio que sí existió

«El imperio Comanche», escrita por el finlandés Pekka Hämälainen -doctor en Historia por la Universidad de Helsinki y profesor asociado de Historia en la Universidad de California (Santa Bárbara)- contribuye a recuperar la memoria olvidada de esta poderosa nación que supo mantener su identidad hasta su exterminio.

«Este libro trata de un imperio norteamericano que, según los manuales de historia al uso, nunca existió. Narra la conocida trama de expansión, resistencia, conquista y desaparición, pero los papeles habituales se han invertido: se trata de un relato en el que los indios se expanden, ordenan y prosperan, y los colonos europeos resisten, se repliegan y luchan por sobrevivir». De esta manera se inicia el primer capítulo -«Colonialismo invertido»- de esta obra referencial escrita por Hämäläinen y es en esta declaración de intenciones donde se descubre una de las muchas virtudes de este ensayo: al contrario de lo que se creía, los comanches se muestran como unos seres completamente racionales y capaces de adoptar decisiones lógicas que iban en función de sus propios intereses. El comanche no es «el pobre indio masacrado y esclavizado por el blanco», es el creador de un vasto imperio que se expandió por todo el suroeste de los Estados Unidos y para mantener su status no dudó en emplear su fuerza militar, crear una organización económica y respaldar sus decisiones mediante instituciones políticas. Tal y como afirma el autor: «Los comanches fueron una potencia imperial con una diferencia: su objetivo no era conquistar y colonizar, sino coexistir, controlar y explotar. Mientras las potencias imperiales tradicionales gobernaban volviendo las cosas más rígidas y previsibles, los comanches lo hacían manteniéndolas fluidas y maleables».

Fieros e indomables, eran célebres por sus ataques relámpago. Su táctica consistía en espantar las monturas de sus adversarios, matar a los centinelas y huir tan deprisa como habían irrumpido. Liderando a los jinetes comanche se encontraba un hombre cuya cabellera estaba recogida en dos trenzas que le caían sobre los hombros y que cubría su rostro con pintura negra de guerra. Se llamaba Quanah. Su madre, Cynthia Ann Parker, nació en la frontera de Texas. Fue secuestrada a los 9 años por un grupo de guerreros comanche y, al igual que otros muchos niños blancos capturados, fue adoptada por la tribu. Se casó con el guerrero Peta Nacona y tras una incursión ejecutada por los rangers, Cynthia fue devuelta a su familia tejana. Nunca pudo soportarlo y ante la imposibilidad de regresar a su tribu, Cinthya llevó a cabo una huelga de hambre que le provocó la muerte. El padre de Quanah también murió a resultas de las heridas que recibió en aquella incursión militar y, desde ese instante, el futuro líder comanche, al frente de su tribu kwahadis, llevó a cabo una guerra sin cuartel contra los colonizadores blancos: «Mi gente no vivirá en una reserva. Los jefes blancos deben saber que los kwahadis son guerreros. Solamente nos entregaremos si los casacas azules nos sacan a latigazos de nuestro territorio».

Finalmente, extenuado e incapaz de hacer frente a la maquinaria militar estadounidense, Quanah Parker ingresó en una reserva. En sus viajes a Washington utilizaba traje y corbata, pero siempre tuvo presente las tradiciones de la tribu y se mantuvo fiel a las convicciones de su juventud hasta que falleció de neumonía el 22 de febrero de 1911.

2008
es la fecha

en la que se publicó en versión original este esclarecedor libro, cuyo autor es Pekka Hämäläinen, un profesor finlandés asentado en la Universidad de California (Santa Bárbara).

La relación entre vascos y comanches

Siglo XVIII. Flautas y tambores anuncian la llegada de Juan Bautista de Anza a las praderas de la Comanchería. Porta ordenes del virrey y lidera una tropa sanguinaria de fusileros que se empleará a fondo en la tarea de eliminar a todo aquel comanche que se cruce en su camino. Acorralados en un precipicio, Cuerno Verde y sus hombres son acribillados por los hombres de Anza. Son fragmentos, renglones de Historia escritos con sangre que nos descubren el modelo brutal e implacable que abanderó el insaciable colonialismo. Otro capítulo histórico nos sitúa en México y está relacionado con la adhesión y juramento de lealtad que los indios del norte de México, representados por los comanches, hicieron al emperador Agustín de Iturbide y Aramburu, cuyo origen familiar provenía de Nafarroa. Dicho juramento fue sellado por el jefe comanche Guanoqui y el licenciado Juan Francisco de Azcarate y constaba de 14 artículos entre los cuales figuran los siguientes: «1. Habrá paz y amistad perpetua entre ambas naciones; cesan las hostilidades de todas clases y se olvida lo ocurrido durante el gobierno español.- 2. Se restituyen mutuamente los prisioneros, menos los que de su voluntad quieran quedarse en la nación en que se hallan; a los padres, madres y parientes que reclamen algunos, avisando al enviado de la Nación Comanche que ha de residir en Béjar, se les entregarán si existieren.- 3. La Nación Comanche en toda la extensión de su territorio defenderá la frontera de las provincias de Tejas, Coahuila, Nuevo Reino de León y Nuevo Santander, de las incursiones de las naciones bárbaras, avisando oportunamente luego que sepa que tratan de hacer hostilidades». En estos acuerdos queda constancia del modelo de conducta que la nación comanche utilizó a la hora de crear asociaciones que le eran beneficiosas y, al contrario de lo que se suele afirmar, nos descubre un episodio muy alejado de la iconográfica tipología guerrera y primitiva a la que siempre se ha asociado al nativo norteamericano. Ello queda refrendado en la carta que el propio líder Guanoqui escribió al emperador Agustín I para reiterar su lealtad y negar su participación en la rebelión que, orquestada por las sectas secretas creadas por el ministro plenipotenciario de Estados Unidos, Joel R. Poinsett, pretendían derrocarlo: «Confíe V.M.I. en la Nación Comanche de Oriente: ella, sus subordinadas y aliadas son guerreras y fuertes; saben sostener lo que una vez dicen; desbaratan a los enemigos del Imperio con el fusil, la lanza y la flecha, del mismo modo que lo hacen con las fieras bravas, y como vencen cada día a las naciones que se les oponen; no serán gravosas al Imperio, porque no se mueven por interés sino sólo por conservar la independencia de este suelo; y se arreglarán a lo convenido en el artículo 6 del tratado que he firmado. Todos debemos vivir con la quietud y seguridad con que los pájaros de pluma hermosa vuelan por el aire alegrando los campos y debemos acabar con las aves de rapiña que los inquietan». K. L.

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