Propaganda como preludio a los intereses más espúreos
Dabid LAZKANOITURBURU Periodista
Primero se trataba de defender a la población civil libia de los bombardeos de una fiera herida llamada Gadafi.
A falta de pruebas, pusieron el acento en que, abandonado por los suyos, el régimen estaría utilizando a decenas de miles de mercenarios para masacrar a los libios. Desinflada la tesis, estos días se ha puesto el foco en el drama humanitario de los extranjeros que huyen.
Cruz Roja Internacional acaba de señalar que el seguimiento por satélite de los desplazados revela que el flujo a la frontera sería «mucho menor al que reportan la prensa y otras fuentes. Y eso abre muchas preguntas».
Antes de intentar responderlas, conviene recordar que el uso de la propaganda como instrumento de guerra, legítimo o como poco comprensible por parte de los que se han rebelado contra Gadafi, no hace bueno automáticamente a éste.
Pero sí que deja en evidencia a esas cancillerías que, incumpliendo ahora sus contratos con el «dictador» libio y llenas de resquemor al ver cómo caían regímenes «sin tacha alguna» como el tunecino y el egipcio -y los que están por caer- vieron una oportunidad de oro para reasentar sus amoratados reales en esa región.
¿Cómo explicar, si no, el salto adelante (sin red) de Sarkozy, quien no duda en defender bombardeos para apuntalar las posiciones de los sublevados de Bengasi?
El «Napoleoncito» de El Elíseo trata así de sacar pecho tras el reciente espectáculo de su diplomacia. Y si, en el río revuelto, desbancara a Italia de su posición preeminente en su antigua colonia, mataría dos pájaros de un tiro. Porque de eso se trata. Más allá de la propaganda.