Iratxe FRESNEDA Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Mujer y espectáculo
El 8 de marzo lo celebré presentando «Lola Montes», de Max Ophüls, en el cine club Fas. Tuve mis dudas a la hora de aceptar la invitación, porque la cinta no habitaba entre mis favoritas (además, esa noche siempre ceno con las mismas chicas). Estrenada en 1955, el filme fue mutilado hasta ser despojarlo de su esencia. Cortar y pegar, desestimar su carácter trilingüe... El propio Max Ophüls renegó de su autoría, y unos cuantos colegas de la época, como Jaques Tati o Roberto Rosellini, firmaron un manifiesto en el que exigían el respeto a la película que Ophüls había realizado. Y hasta que la Cinemateca francesa no restauró la cinta para el Festival de Cannes en 2008 y le devolvió su «dignidad», la copia que deambulaba por ahí fue la que yo y muchos otros habíamos visto.
En mi opinión, no era su mejor trabajo. «Cartas a una desconocida» o «El placer» me parecían más interesantes, pero sentí curiosidad por verla restaurada y montada de nuevo. No me arrepentí. Las horas de metraje pasaron rápidamente ante mis ojos y disfruté de la habilidad del alemán en el uso de la cámara, de sus espectaculares travellings. ¿Y qué decir de la historia? Rompedora para la época: una mujer, Lola Montes, una supuesta femme fatale, es convertida en atracción circense. En el centro de la pista, desnudando su vida privada ante las preguntas del público, es neutralizada por el domador-presentador del espectáculo. A cambio de un dólar pueden tocarla mientras mantienen enjaulada a la fiera mujer. Todo en la cinta parecía predecir los tiempos venideros, estos en los que escarbar en los vertederos de la intimidad es un deporte nacional.