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Construir y acumular fuerza requiere tiempo y horizonte

Cuando todavía estremecen las imágenes del cataclismo en Japón y se dibuja en el horizonte la posibilidad de una catástrofe nuclear, son dos las enseñanzas que nos dejan los devastadores acontecimientos del Lejano Oriente. Y ambas perfectamente aplicables a la política vasca. En primer lugar, la realidad de que las fuerzas de la naturaleza, y también las fuerzas sociales, contienen una tensión acumulada y construida durante largo tiempo que súbitamente libera enormes cantidades de energía transformadora. Y, en segundo lugar, que en la naturaleza, como en la política, no todo es previsible, modulable y determinado. Lo desconocido, lo incontrolado, el factor X es fundamental a la hora de interpretar el devenir.

Difícilmente podría entenderse el desarrollo de los hechos que sucedieron tras el Acuerdo de Lizarra-Garazi, entre ellos toda la arquitectura de las ilegalizaciones, sin un elemento tan imprevisible como determinante como el 11-S. Otro tanto podría decirse, aunque sus implicaciones tuvieran una dirección más positiva, sin el igualmente determinante 11-M en la antesala del proceso de Loiola. A día de hoy, no sólo la naturaleza es portadora del factor X. En la economía, sin ir más lejos, encontramos otro ejemplo: con una crisis que nadie vio venir, ni supo explicar y aún hoy nadie sabe qué va a ocurrir, ni siquiera la ciencia económica, cuya aportación fue espectacularmente inútil en el mejor de los casos y absolutamente dañina en el peor.

Euskal Herria vive hoy un momento de cambio. En lo político, fundamentalmente porque así lo decidió la izquierda abertzale con el cambio de estrategia y paradigma. Pero también en lo económico y en lo social el cambio que se está operando en la sociedad vasca es enorme, con grandes interrogantes y una sola certidumbre: no podemos decidir qué ocurrirá en el futuro, pero sí con qué actitud encararlo. Y la decisión de invertir toda la experiencia y el capital militante en una apuesta de cambio no sólo implica disposición al cambio propio, decidir la dirección que éste debe tomar, sino también el ritmo que se debe imprimir a ese proceso.

Resulta entendible que en una semana en la que los testimonios de tortura y violación han sido tan sobrecogedores; la impunidad ha vuelto a ser tan vergonzosamente defendida, como el fiscal que pidió la rebaja de penas para los guardias civiles que torturaron a Portu y Sarasola; o cuando el espectáculo con la legalización de Sortu está llegando a extremos que desde un punto de vista legal son simplemente inaceptables y desde un punto de vista político un tanto aburridos -por reiterativos y de tan pobre lógica-, la reacción popular haya sido la de aumentar la impaciencia y la exigencia de ganancias parciales que puedan acabar cuanto antes con esa realidad.

Sin embargo, aun siendo evidente que la izquierda abertzale debe poner énfasis en que las cosas funcionen en la práctica más que en la teoría abstracta, que la concreción y la materialización de las más sentidas reivindicaciones -tales como la legalización o la liberación de los presos políticos- necesitan ganancias parciales que alimenten la espiral e incidan positivamente en el estado de ánimo, no es menos cierto que también necesita tomarse su tiempo.

Necesita horizonte y recorrido para un proyecto independentista que debe interpretar correctamente los cambios sociales y las preocupaciones de la gente. Tiempo para armar ideológicamente, organizativamente e institucionalmente todo el instrumental necesario. Tiempo para planificar un futuro sin pronóstico escrito, de grandes amenazas y mayores oportunidades. Sencillamente porque si fracasa en esa planificación, estará planificando su fracaso.

Y debe ser consciente de que deberá hacerlo en situaciones extremas para el ejercicio de la política, con las manos en la masa del día a día y un pie en el barro de la rutina política, pero sin esa ansiosa prisa por resolverlo todo inmediatamente. Acumulando y construyendo fuerza, compartiendo cama con personas de sueños y proyectos diferentes, sin devorar a ninguno de los cada día más nume- rosos compañeros, como hace la mantis religiosa tras la cópula.

Construir el cambio, dar un salto en calidad e innovación requiere, pues, estar persuadido para querer hacer y no ser impaciente para haber hecho ya. Lo nuevo tiene que ser construido por métodos reposados y menos aparatosos, poniendo el acento en el anclaje social de la apuesta y la solidez de las bases ideológicas y organizativas.

Ése parece un buen ritmo para lograr que lo que hoy parece políticamente imposible se convierta pronto en algo políticamente inevitable. Quizás para algunos más tarde de lo deseable, pero seguro antes de lo que desearían quienes se obstinan en evitar por todos los medios un independentismo de izquierdas con éxito.

GARA no es ajeno a ese desafío y, en la medida de lo posible, intentará acompañar este nuevo tiempo actualizando su proyecto periodístico, mejorando su producto, ganando en innovación y calidad.

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