Renovación de Zazpika
Standard and Poor's, Moody's, Fitch
Artemio Zarco Escritor
La picaresca popular con el arraigo de las costumbres consagradas conserva como reliquias del pasado los timos conocidos por el tocomocho y el de la estampita, de poco fuste en términos económicos en los que las victimas pierden poco porque tienen poco y los pícaros superviven modestamente entre cárcel y cárcel.
Esos míticos timos siguen esporádicamente entre nosotros como bocanadas de aire fresco en medio de la polución bancaria y financiera que emiten los neoestafadores, parásitos lustrosos que han sustituido a los descarnados carroñeros grandes y pequeños del pasado reciente.
Recordemos con brevedad telegráfica el tocomocho y el timo de la estampita. En aquél el pícaro con cara de tonto exhibe un número de lotería supuestamente premiado, suscitando la codicia de la víctima que se lo compensa por cuatro reales, para luego, en justo castigo a su perversidad, comprobar que el premio era mentira. Con parecidas añagazas psicológicas en el otro timo: a) el que hace de tonto le muestra a la víctima un billete de banco al que califica de estampita, asegurando que tiene un paquete repleto de ellas y que le muestra debidamente envuelto; b) la codiciosa víctima le compra el paquete al pícaro entregándole los ahorros que tiene en la Kutxa; c) a solas y todo nervios, la víctima comprueba que el paquete solo contiene recortes de papel.
Son variantes de los engaños de gran calado, manipulando datos e interpretaciones, destinados a los mercados financieros para mejor preparar las maniobras especulativas de sus clientes.
Me refiero concretamente a las que se llaman agencias de calificación o firmas de ráting que tienen por objeto la evaluación de riesgos financieros de entidades privadas o estados (entre ellos España) para publicarlos urbi et orbi, como si se tratara de maestros no elegidos, que ponen notas con sus suspensos, aprobados y sobresalientes. Con sus certificaciones enriquecen a unos y sumen en la miseria a otros.
Se trata de tres empresas americanas que arrogándose el papel de árbitros se han convertido en un terrorífico flagelo de la economía mundial.
De ellas se dice que han contribuido de forma contundente a la pavorosa crisis que nos aflige.
Se nos podría replicar que si esas calificaciones responden a la verdad, entonces que cada palo aguante su vela, pero por lo visto no es la de la verdad la virtud que los distingue. Entre otras maquinaciones se les atribuye haber otorgado la máxima calificación a productos financieros basura.
Esas calificadoras responden a las anglosajonas denominaciones de Standard and Poor's, Moody's, Fitch.
La primera pregunta que suscitan es la de cómo se explica que unas empresas en definitiva privadas a las que nadie ha investido con atributos decisorios de alcance público e internacional pueden disponer de tal poder.
La clave está en el dato de que se han autopromocionado hasta convertirse en un poder fáctico que mueve montañas.
A diferencia del tocomocho y del timo de la estampita que van de pobres, la pretensión de controlar el pulso y las palpitaciones de la economía mundial se presenta a través de los signos más visibles de la ostentación, de la riqueza y de la asistencia profesional: mármoles, alfombras, cuadros, maderas preciosas, despachos suntuosos, vestíbulos deslumbrantes váteres regios, ordenadores, pantallas y teléfonos por doquier, y lo que es tan importante, equipos de economistas, profesores, abogados, auditores, publicaciones científicas y todo lo que resplandezca hasta sugerir que son templos dedicados al estudio y a la meditación del mundo económico considerado como un solo mercado al que diariamente controlan los latidos las agencias de calificación de riesgos.
Acostumbran estas agencias eludir las iras de los calificados con malas notas, alegando que sus informes son sólo «opiniones» protegidas constitucionalmente por la libertad de expresión. Pero últimamente, en denuncias judiciales en curso se vienen estableciendo que las interpretaciones de esos estudiosos son en realidad maquinaciones en las que faltos de transparencia se falsean datos para propiciar a sus clientes suculentas operaciones financieras.
Las agencias de calificación son una forma más de los colosales timos propiciados por el neocapitalismo insaciable.