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Martin Garitano Periodista

No violarán las ideas

En Madrid han violado a una mujer vasca. Y lo han hecho amparados por la impunidad que concede el creer -saber- que no les serán pedidas cuentas; que no responderán ante una Justicia que, además de ciega sorda y muda, es cómplice.

Es cómplice, sí -aunque alguien se escandalice y pida castigo para quien lo denuncie- porque por todos era sabido cuando, dónde y cómo se iba a torturar. En este caso, hasta la aberración de violar a una mujer. Lo sabían y quien pudo evitarlo, no lo hizo.

No es la primera vez que violan a mujeres y a hombres. Lo han hecho con anterioridad. Y no hay que remitirse a la noche de la Historia. Tenemos ejemplos recientes, conocidos por quien no haya querido volver la mirada hacia otro lado. Violan porque son eso: violadores. De cuerpos y quisieran serlo de voluntades.

Pero ahí les falla su brutalidad. Porque podrán violentar nuestros cuerpos. Podrán machacarlos a golpes, quemarlos con electrodos, ahogarlos con una bolsa de plástico o sumergiéndolos en una bañera. Y tendrán el benevolente respaldo de sus jefes.

Pero no hay juez que pueda redactar un infame auto en el que violentar nuestra conciencia.

No tienen en sus filas a nadie, por muy grande que se crea, capaz de violar la voluntad de quienes han decidido dar pasos de gigante hacia la libertad, así sea a costa de padecer látigo. Vuelven con sus terribles métodos de hoguera y violación. Nada nuevo hay en todo ello.

Pero ahora se han equivocado. Los proscritos, lejos de atemorizarse les van a responder en el terreno donde más débiles son los brutos. En el territorio de las ideas y el debate político. En el de la inteligencia aplicada a la política, frente al inmune tormento.

No duden de que, por muy grande que sea sienta alguno, terminará sentado en el banquillo reservado a los violadores.

Hoy han violado a una mujer y se han retratado sin vergüenza ante una sociedad que demanda soluciones y el fin del dolor.

Perdieron la ocasión de renunciar a la brutalidad cuando se autoamnistiaron. Y hoy aquellos polvos nos traen estos lodos. Es hora de hacerle frente a la impunidad y hacer saber a todo el mundo sobre qué cimientos de horror se erige un Estado que presume de democracia en un fatuo alarde de cinismo.

Hoy, quien calle ante esta barbaridad debe saber que, más pronto que tarde, tendrá que suplicar perdón. Y que el pueblo que sufre no será benevolente con tanta complicidad, con tanto silencio.

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