Jesús Valencia Educador social
La OTAN, ¿protectora de los pueblos?
En 1986 nuestro pueblo rechazó mayoritariamente la OTAN, sintetizando su postura en un lema breve y claro: Euskal Herria, bai; OTAN, ez. Intuición genial que planteaba el verdadero dilema: los intereses del capital contra los de los pueblos
Para cuando se publiquen estas líneas no sé que habrá sido de Gadafi, aunque, a decir verdad, no me desvelan sus desvelos. De aquel coronel antiimperialista de los años ochenta no queda más que el nombre. Si un tiempo compadreaba con revolucionarios, más tarde agasajó a emperadores; quien dio cobertura a los patriotas irlandeses, tiempo después los traicionó. A base de bombardeos y seducciones, el capitalismo mundial ha hecho de él un esperpento que poco se parece a lo que fue. Sobre la que no abrigo la menor duda es sobre la OTAN. Mientras escribo este apunte, el Ejército imperial baraja múltiples opciones. Según evolucionen los acontecimientos elegirá la que más se ajuste a su único y fundamental objetivo: dominar a los pueblos del planeta para apropiarse de sus recursos.
Desde que estalló la convulsión norteafricana, los diferentes cuerpos de la OTAN están actuando con precisión militar. Todos ellos se han ajustado a un guión bien perfilado y de sobra conocido. Mientras los hombres de armas toman posiciones, la avanzadilla mediática realiza su imprescindible y demoledora tarea: triturar a los peones caídos en desgracia. Antes le tocó a Noriega el panameño, a los talibanes afganos, a Sadam el iraquí. Ahora los dientes de la máquina han destrozado a Ben Alí el tunecino, a Mubarak el egipcio y a Gadafi el libio. Todos ellos gozaron del favor y reconocimiento internacionales mientras eran los «hijos de puta» del capitalismo mundial; de la noche a la mañana se convirtieron en monstruos cuando no favorecían los intereses metropolitanos: verdugos, crueles, sádicos... una hedionda pústula a extirpar para que la humanidad tenga un rostro más atractivo.
De la terapia traumática siempre se encarga la OTAN. Sostuvo guerras en Las Malvinas y en Kuwait «para restablecer el derecho internacional»; creó en Basora y en Kosovo zonas de exclusión (lo mismo pretende en Libia) «para proteger a las minorías amenazadas»; arrasó Panamá, Afganistán Irak y Serbia pera «garantizar la democracia amenazada»; ocupó Grenada «para rescatar -también ahora invoca ese pretexto- a los extranjeros atrapados por el conflicto». Cuando ya los bombarderos toman pista para el despegue, los embaucadores de la OTAN bautizan con fingidos calificativos los crímenes que van a cometer: «Plan Colombia» en dicho país, «Causa Justa» denominaron a la invasión de Panamá, como «aldeas modelo» presentaron los campos de concentración guatemaltecos, como «Justicia Infinita» se conoció el arrasamiento de Afganistán... Planteamientos tramposos que abocan a la sociedad a un dilema inaceptable: o aliarse con el tirano que mata inocentes o con la OTAN, «que los protege».
En 1986 nuestro pueblo rechazó mayoritariamente la OTAN, sintetizando su postura en un lema breve y claro: Euskal Herria, bai; OTAN, ez. Intuición genial que planteaba el verdadero dilema: los intereses del capital contra los de los pueblos. Hace unos días, un insurgente libio hacía un análisis similar: «Con las mismas armas que combatimos a Gadafi combatiremos a las tropas americanas y a sus aliados».