La herencia dejada por el historietista argentino Roberto Fontanarrosa ha encontrado en el cine a su depositario en Rodrigo Grande, que escribió mano a mano con El Negro, como le conocían sus amigos, el guión de «Cuestión de principios». Es un cuento moral que plantea no pocos dilemas, que obliga a cada espectador a sacar sus propias conclusiones en conciencia. La mía es que en asuntos de ética cuenta mucho la educación que uno haya recibido, y está claro que el personaje de Federico Luppi es el de un hombre mayor chapado a la antigua. Lo veo demasiado monolítico y poco flexible para los tiempos que corren, por lo que su supuesta victoria final sobre el materialismo representado por el joven jefe me parece de lo más pírrica. No pasa de la mera testimonialidad, que podrá quedar muy bien de cara a la galería, pero en el fondo no tiene mayor valor que el que este señor tan «digno» quiera darle.

La frase que más repite el protagonista es: «Todo no se compra con dinero». Y a tal afirmación cabe la respuesta de que los principios morales tampoco están por encima de todas las cosas, en contra de lo que pretende quien no deja de ser el típico «don erre que erre» de la rancia película de Paco Martínez Soria. Luppi no engaña y le da a su interpretación la altanería que conlleva semejante actitud insobornable, pecando de soberbia, puesto que se siente superior a su rival por el mero hecho de anteponer la dignidad personal al poder económico. En mi opinión, cuanto tiene de íntegro lo tiene de egoísta, al desoir a su mujer y a su hijo, que le aconsejan vender el dichoso número de la vieja revista coleccionable para salir de apuros. Su familia vive al día, y no por ello son mejores o peores que él, simplemente son más prácticos y no se escudan en coartadas sentimentales a la hora de tomar sus decisiones. Su gran contradicción es que, si sólo valora lo afectivo, debería bastarle con hacer una copia de la histórica foto de su padre con Humberto de Saboya durante su visita a Rosario.