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Carlos GIL Analista cultural

Agnosticismo

Digo en voz alta: la realidad no existe. ¿De dónde me ha salido esa frase? ¿Era lo que quería decir o ha sido ese evolucionismo táctico que nos dirige en secreto el que la ha puesto en mi sistema fonador? Nadie se da por aludido.

Me siento desnudo y observado. Dudo. En realidad, yo no sé qué es la realidad. Me sucede como con el concepto dios. No me conciernen. Por eso renuncio del agnosticismo. Estamos venerando demasiado a lo que los poderes nos venden como realidad cuando se trata de una entelequia publicitaria que fagocita el raciocinio. Esa realidad parece el fruto de un decreto. Si un beso entre dos seres son dos besos diferentes, como podemos cuantificar la realidad en el arte.

La realidad es una coartada para los realismos. Todos los que se han puesto a mirar un cuadro saben que el arte es una ideación disléxica del recuerdo de una memoria prefabricada.

La historia es un cúmulo de erratas y consonantes colocadas en orden arbitrario. Los bisontes de la cuevas rupestres son la mejor manera de entender la figuración de la vida a base de notas de campo. O la mixtificación de un relato de los hechos y los detalles realizado desde una mirada extraviada como configuración de una realidad que se proclama verdadera cuando es una ficción rudimentaria.

Descreídos del mundo, repudiemos a la realidad encorsetada. Planteemos una apostasía del realismo mercenario. Proclamemos la república del libre albedrío bajo el ideario de la irrealidad esperpéntica, el mejor y más fehaciente daguerrotipo de la existencia. Arte o muerte. Me desperté sudando.

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