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Josu Iraeta Escritor

Razón e inteligencia

El ambiente que se palpa últimamente, en opinión de Iraeta, es muestra de una situación que repetidamente se ha intentado presentar como superada, pero que la realidad cotidiana demuestra que no es así. Y eso ocurre precisamente a raíz del cese de la actividad armada de ETA y la presentación de los estatutos de Sortu, lo cual deja en evidencia «el temor al cambio» de algunos. En su artículo, el autor también advierte de la falsedad del debate propuesto en términos de reforma de los estatutos y la Constitución, y cree que en modo alguno se puede limitar de ese modo, y lo argumenta: «La democracia lo es para todos o no es democracia»

En las últimas semanas se observa en el ambiente social y político, lo que podría definirse como síntesis o corolario efectivo del posfranquismo. Una situación que se dice superada desde décadas, pero que el día a día se empeña en mostrar que no es cierto.

Un observador medianamente acostumbrado a la sana costumbre de unir mesura a la objetividad, sabe que por increíble que en otras latitudes pudiera parecer, en el contexto político del Estado español, la virulencia que propicia la convulsa e interesante situación actual, viene motivada por el cese de la actividad armada de ETA, sumado a la presentación de los estatutos del nuevo partido político de la izquierda abertzale, Sortu.

Las derivaciones que a partir de esta nueva realidad están escenificando unos y otros, muestran el temor al cambio, a perder posiciones ya consideradas de «raigambre» y se mueven.

Se mueven mucho y lo hacen con todo lo que tienen para evitarlo.

En esta interesante coyuntura, a quienes llevamos mucho tiempo caminando por los ingratos paisajes que sufren todos los pueblos que buscan el ejercicio de su libre determinación, hace que instintivamente situemos nuestra vieja brújula en coordenadas ya de antes conocidas, así conseguimos no mezclar adversarios y enemigos. Siempre es importante.

Es así como a lo largo del tiempo, hemos aprendido que el esfuerzo tranquilo pero perseverante que siempre debe acompañar a los recursos de la argumentación, en ocasiones cede el paso a una fascinante densidad sentimental, en la que lo verídico puede ser sustituido por la superior impresión de lo auténtico. Son situaciones delicadas.

Cierto que con mucho coste, pero algunos hemos llegado al día de hoy con la cautela de quien sabe es vecino de un material inflamable. Otros lo han hecho con la alegría de quien disfruta de las virtudes calóricas e iluminadoras de un incendio -que aún no siendo propio- reconforta y alumbra como nunca.

Unos hemos aprendido de los riesgos de las frías tinieblas, otros, nerviosos y asustados, cantan la aurora que contiene todo crepúsculo...

También los hay quienes tratando de ganar tiempo al tiempo, están obligados a rectificar, intentando actualizar su discurso, buscando evitar caer en ese espantoso final colectivo, que no es otro que el precio a pagar por el largo amancebamiento político.

Otros hemos sabido percibir las trampas que desde ese mundo nos han ido presentando. Lo cierto es que, para creerse auténticos, los acontecimientos se han construido como una puesta en escena.

Las han tenido que representar, actuar en una ficción que se ha ido normalizando como realidad.

Pero el tiempo nos pone a todos donde nos corresponde; por eso, fuera de ese espacio teatral, su proyecto se ha convertido en una ficción, en un estéril y costoso ejercicio vacío de razón.

No es difícil comprender la existencia de diferentes, también antagónicas razones, profundas todas ellas, en el debate sobre la reforma de los estatutos y la Constitución. En el ser del debate, lo políticamente cierto reside en establecer si de lo que estamos hablando es de desarrollar un proceso más o menos profundo de actualización de la Constitución, o por el contrario el objetivo es maquillar el régimen.

Ya centrados en el núcleo del debate, éste no puede presentarse tal y como los intereses de las fuerzas políticas españolas lo están exponiendo, porque es falso. La falsedad reside en que se sitúan en un lado los «demócratas» que creen posible y necesario una modificación de la Constitución, poniendo en el otro a los «tradicionalistas» que consideran es un texto decididamente intangible.

Esto es una trampa. El debate debe darse, por un lado entre quienes consideran que existe una nación española como pluralidad de ciudadanos, ante un texto que es modificable sólo por ellos, y por otro quienes concluimos que la situación actual ha caducado definitivamente, y es necesario dar paso a una pluralidad de naciones que, en el ejercicio de una soberanía sin interferencia externa alguna, deciden su propio modelo organizativo.

No se trata pues, de un debate entre reformistas e inmovilistas, es otra situación muy distinta. Debe darse curso a la palabra, medir las razones, argumentar con serenidad.

En estas circunstancias es poco recomendable y escasamente inteligente manipular emocionalmente a la opinión pública con la utilización narcótica de un tremendo y exacerbado apoyo mediático.

Lo verdaderamente democrático es una situación en que se presente a los ciudadanos claramente lo que se pretende, respetando su derecho a conocer las intenciones de todos, también la de quienes pretendemos con toda legitimidad, ejercer el derecho natural a decidir nuestro futuro.

En el Estado español, nadie puede negar que hay pueblos separados en distintos estados y cuya unificación nacional resulta verdaderamente compleja. No somos los vascos los únicos que sufrimos esta anómala e injusta situación, existen otras naciones sin Estado como Catalunya y Galiza. La evidencia está en que todos tenemos caminos por recorrer que nos deben conducir al éxito.

Ese éxito no es utópico. No es necesario remontarse excesivamente en el tiempo, existen claras realidades que sirven de ejemplo. Basta mirar con envidia cómo el 24 de mayo de 1.993 Eritrea consiguió su independencia mediante consulta popular, logrando por tanto modificar sus fronteras. Y es que nadie debiera olvidar que, una jaula, aunque fuera de oro -que no lo es-, es eso, una jaula.

E s evidente que para algunos es más gratificante utilizar -como hasta hoy- la puesta en práctica de legislaciones que apestan a moho caciquil, más propias de otros tiempos que se dicen superados. Se acabó, la degradación progresiva se está adueñando del sistema, hemos llegado adonde ninguna democracia debiera llegar. Basta de circo mediático y falsos demócratas. La democracia lo es para todos o no es democracia.

Señores, es tiempo de corregir el rumbo y prescindir de engañar a la sociedad con métodos que sólo buscan manipular el panorama político. El Gobierno español del PSOE debería corregir la inercia de su nebuloso -pero reciente- pasado y dar curso a la razón y la inteligencia, asumiendo así que ese no es el camino. Ni el suyo, ni el nuestro.

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