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Terremoto en Japón

La radiación no es el peligro, sino la dosis

Con la nada deseable posibilidad de que se produzca un escape masivo de radiactividad al exterior, nos empiezan a sonar términos como dosis de radiación o medidas como el milisievert o mSv. Trataremos de aclarar dónde están los límites.

Joseba VIVANCO

Radiaciones en Tokio. El nivel de radiación es `10 veces superior a lo normal', pero `no es una amenaza para la salud', según el Gobierno japonés», reza un escueto mensaje informativo en una web periodística, de los muchos que se pueden seguir casi en directo estos días sobre el incidente nuclear en Japón. «La OIEA, que emite información actualizada sobre la emisión de partículas radiactivas en la puerta de la central, informa de que ésta ha bajado de los 400 milisievert (mSv) por hora de su último parte a 0,6 mSv», nos cuentan otro teletipo de agencia. Números y medidas con las que para nada estamos familiarizados y que tienen mucho que ver con las confirmadas fugas -controladas o no- de radiactividad a la atmósfera o con un no deseable escape masivo.

Antes de nada, hay que saber que, para empezar, nosotros mismos somos radiactivos. Nosotros, y todo lo que nos rodea y de lo cual recibimos radiaciones a cada momento. Por ejemplo, el marisco es el alimento que más radiación natural concentra, de tal manera que una persona que habitualmente coma muchos mejillones, ostras, chirlas y caracoles marinos, puede recibir hasta un 50% más radiación por alimentación que la media de la población. Es más, las tasas normales de exposición varían dependiendo de donde uno se encuentre, si en la playa o tierra a dentro o en la montaña. Y reciben más radiación en Gasteiz que en Donostia.

Dicho esto, la premisa de la que hay que partir es de que la radiación no es peligrosa per se, sino lo es según la dosis que recibamos. La propia Organización Mundial de la Salud añade que la relación entre radiación y salud depende también de la «cantidad de radiación liberada por el reactor, las condiciones meteorológicas y el viento y la lluvia existentes en el momento de la explosión, la distancia a que se encuentre alguien de la central y la cantidad de tiempo que permanezca en las zonas irradiadas».

A partir de aquí, el daño producido al cuerpo humano por todo tipo de radiaciones se mide con una magnitud denominada dosis de radiación. Un Sievert (Sv) es la unidad que mide esa dosis, si bien se suele utilizar el milisievert (mSv) que es 0,001 Sv, la milésima parte de un Sv. Al año, los humanos recibimos entre 2-3 mSv de forma natural, aunque en lo que hay que fijarse es en que, además de lo que ya recibimos, el límite legal de exposición no natural al año para una persona es de 1 mSv. Una radiografía de tórax implica una exposición de entre 0,02 mSv por placa y atravesar el país en avión contribuye a una absorción de unos 0,04 mSv. Más allá de 100 mSv, las radiaciones pueden ser patológicas.

Tras la explosión en el reactor 2 de Fukushima hubo 400 mSv por hora dentro de las instalaciones, aunque las cifras luego bajaron, ya que no hay por ahora fuga continuada.

Según la OMS, la exposición a una sóla dosis de 1.000 mSv puede producir un síndrome agudo de radiación que está relacionado con daños en la médula, por encima de 2.000 se le caerá casi todo el pelo, sufrirá náuseas y se sentirá agotado, mientras que por encima de 10.000 milisievert la probabilidad de muerte sería del 100% en 14 días. Por ejemplo, los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki recibieron por término medio una dosis de 200 mSv; en Chernobil, se calcula una dosis de unos 450 mSv por cabeza los más próximos a la central y de entre 800 y 16.000 mSv para 134 trabajadores más expuestos.

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