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INTERVENCIÓN MILITAR EN LIBIA

La improvisación nunca ha ganado guerras

Dabid LAZKANOITURBURU

Tan sólo 72 horas después del inicio de la campaña militar aérea contra el régimen de Gadafi, las crecientes críticas y las dudas sobre el camino a seguir dan una idea de la improvisación que guió a sus promotores, más en concreto al Estado francés.

Cierto es que el Consejo de Seguridad de la ONU logró votar la resolución con el Ejército libio a las puertas de la capital de la revuelta, Bengasi, a la que le quedaban horas, a lo más dos días, para volver a caer en manos del Gobierno central de Trípoli.

Los mismos que ofrecieron su soporte a la resolución -la Liga Árabe- o se abstuvieron para permitir su aprobación -caso de Rusia- se rasgan ahora hipócritamente las vestiduras. Sostienen que lo único que se votó era la exclusión aérea y, de su mano, la protección de los civiles. Ocurre que el texto aprobado es lo suficientemente inconcreto como para permitir sólo eso o justamente lo contrario.

Pero, más allá de su redacción concreta, lo que está claro es que han bastado las primeras 48 horas para constatar los límites de la exclusión aérea. Cerrar el espacio aéreo libio es sencillo para unas potencias occidentales que cuentan, además, con el concurso del Ejército estadounidense.

Pero no basta para dar un giro a la guerra. Parece claro que la revuelta libia no cuenta con capacidad para lanzar una ofensiva. Ello explica sus constantes exigencias de que los aviones occidentales le abran el camino con bombardeos contra el Ejército libio. Ni siquiera está claro que con su concurso pudiera dar la vuelta a la situación y lograr revertir el cerco y poner rumbo hacia Trípoli. Sólo desde esa premisa se entiende el bombardeo aliado de la pasada madrugada contra la residencia de Gadafi: Occidente busca descabezar al régimen o, en caso de no acertar, intimidar a Gadafi para forzar su huida.

Los promotores de esta nueva aventura militar afrontan un serio dilema. Si el líder libio se mantiene en sus trece y no sufre un golpe de Estado interno -presagiado pero incumplido todas estas semanas-, la situación corre el riesgo de encasquillarse, lo que alimentaría aún más las dudas y las críticas en el seno de la «comunidad internacional».

Sólo le quedarían dos opciones, a cual más arriesgada políticamente: o dar marcha atrás, lo que dejaría a Sarkozy desnudo, o dar un salto adelante sin red (sin la ONU) forzando un ataque por tierra.

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