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OBITUARIO| TXUTXI ARANGUREN

Ese «3» infranqueable para los extremos y temible para Iribar

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Natxo MATXIN

Siempre precoz, necesitó de un permiso especial de la Federación para poder debu- tar con la primera plantilla rojiblanca con tan sólo 16 primaveras, estación a cuyo inicio nos ha dejado una de las grandes referencias del Athletic de los años 60 y 70 desde una posición, la del lateral zurdo, en la que vivió e hizo vivir tardes de duelos con ese extremo «que te buscaba superar por el lateral, llegar al poste y centrar atrás», como solía recordar.

Junto a Iribar, Saez y Etxeberria -era época en la que primaba el ataque y las defensas eran sólo de tres hombres- conformó una zaga que se aprendieron de memoria los incondicionales rojiblancos, quienes pudieron disfrutar de emparejamientos que hacían vibrar San Mamés, como cada vez que el Real Madrid lo visitaba y a Txutxi Aranguren le tocaba bailar con Amancio, la más fea de la plaza.

Tiempos en los que un lateral tenía que medirse en el uno contra uno a cada acometida del rival y la pizarra todavía era un elemento lejano que, poco a poco, se iría consolidando. En ese contexto tenía que batirse el cuero un «3» menudo, pero ancho de espaldas, tenaz y difícil de superar, de los que marcan historia, de los que no se olvidan a la retina de la grada. Con muchos recursos, inteligente fuera y dentro del campo, y, sobre todo, silencioso. Ni su boca ni sus piernas le llevaron a ser un jugador especialmente vigilado por los trencillas, todo lo contrario, en su dilatada trayectoria deportiva sólo sufrió una expulsión, concretamente en el Sánchez Pizjuán, algo inusual si nos atenemos a su condición de defensa e implacable lapa de extremos habilidosos.

Pero, como a muchos de los buenos futbolistas, también le perseguía una leyenda negra: la de los autogoles. Su gran amigo, Jose Anjel Iribar, temblaba cada vez que el balón le llegaba de las botas del portugalujo, pero ayer el gran guardameta vasco lo hacía de la emoción por recordar la figura del malogrado compañero, al que calificaba de «excelente persona y deportista», al que la vida le había cortado las alas «de manera imprevista».

A su humanidad, Txutxi Aranguren unía orgullo bien entendido y amor propio. El que le llevó a afirmar cuando colgó las botas aquella frase célebre de «yo no me quedo en Lezama a recoger balones». Consciente de que si quería seguir con el fútbol, su gran pasión, en la versión de técnico tenía que sacarse las castañas lejos de los campos que le habían visto nacer como jugador.

Y ahí comenzó su periplo por toda una pléyade de conjuntos con diferente fortuna según los casos -entre los logros más positivos ascendió al Logroñés a Primera-, pero siempre dejando un grato recuerdo por su honestidad por allí por donde pasó. Joaquín Alonso, capitán del Sporting a finales de los ochenta, lo definió como «un entrenador cercano, simpático, siempre con la sonrisa en la boca. Al mismo tiempo, trabajador, y que conocía el oficio como muy pocos». De Mareo sacó a futbolistas que luego triunfarían en la élite, como Luis Enrique o Manjarín.

Su cénit como técnico llegó con la vuelta a casa. Aunque quizás su imagen trascendió cuando las televisiones comenzaban ya a hacer de las suyas y le grabaron en plena «refriega técnica» en un partido que medía a leones y colchoneros, en el que no le estaba gustando mucho lo que hacían los suyos, y constantemente le pedía a su ayudante que apuntara en la libreta todos esos errores.

Humor y profesionalidad. Dos atributos que fueron siempre unidos a su persona, como corroboró Txetxu Rojo, su compañero por delante en el carril zurdo. «Siempre estaba riéndose o haciendo bromas en plan positivo», lo que no le restaba un ápice en su trabajo, donde «sobre todo, era serio y responsable».

Tanta experiencia, combinada con una memoria prodigiosa, le hacían ser a Txutxi Aranguren una fuente inagotable de anécdotas y recuerdos, entre los que brillaban con luz propia la consecución de los dos torneos del K.O. obtenidos en la 1968-69 y la 1972-73, con un Bilbo repleto de hinchas y la entrada en la ciudad del autobús del equipo.

Imágenes que se han marchado con sus intensos ojos azules, esos mismos que un inoportuno infarto acabó cerrando el primer día primaveral.

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