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Análisis | Elecciones cantonales francesas

Fukushima o la pérdida de control de un líder en apariencia infalible

Sarkozy ha dispuesto a conveniencia del enorme caudal cosechado en 2007, pero el declive que arranca en las europeas de 2009 alcanza hoy límites de peligro inminenteEn la UMP se alzan sin complejos voces que desautorizan al presidente y abogan por un giro hacia posiciones clásicas de la derecha, también llamadas bonapartistas

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Maite UBIRIA

La derrota sufrida por la derecha en las elecciones cantonales puede resultar, finalmente, más indigesta que lo previsto. La amenaza para Sarkozy no viene de un PS que gana el escrutinio pero no dispone de programa ni de líder a un año de las presidenciales ni de un FN que proyecta más vigor que votos. El enemigo está, otra vez, en casa.

Los resultados de la segunda y definitiva vuelta de las elecciones parciales celebradas en el Estado francés han proyectado una imagen, en forma de reparto de votos y electos, que puede provocar ciertos engaños. Los números nos conducen al siguiente resumen de la última liza electoral antes de la presidencial de 2012. Antes del escrutinio, la izquierda disponía de una mayoría de electos en 58 departamentos y la derecha dirigía 42 consejos. Con más de un 36% de los votos, el PS superó el domingo su objetivo de gestionar 60 consejos departamentales.

Los socialistas se han apropiado de cuatro nuevos departamentos -Mayotte, Jura, Reunión y Pirineos Atlánticos-. La UMP ha sufrido una clara derrota, al quedar por debajo de la barra del 20% y con 38 departamentos a su cargo. Ni siquiera el hecho de arrebatar Val d'Oise, patria chica de Dominique Strauss-Kahn permite amortiguar el golpe.

Los medios públicos franceses -y tras ellos buena parte de la prensa internacional que de ellos bebe- remarcaban nada más concluir el escrutinio cantonal el irresistible avance del Frente Nacional. Sin embargo, lo cierto es que ni el número de votos ni de electos obtenidos por Marine Le Pen, ni tampoco el reparto territorial de esos apoyos, permiten deducir que estemos ante un inusitado ascenso de la ultraderecha.

No, no, el FN no sube como la espuma Basta con echar mano de la estadística oficial para apercibirse de que el respaldo que obtiene el FN ha sido, una vez más magnificado, en los medios. Martine Aubry ofrecía en France Inter el balance real del lepenismo: tomando como referencia el primer turno de las cantonales de 2004 y el primer turno de los comicios departamentales de 2011 -con una tasa de abstención mucho mayor en estos últimos comicios- la primera secretaria socialista constataba que la ultraderecha no sólo no ha ganado apoyos, sino que ha cedido 100.000 votos. Claro que si Aubry da la cifra de pérdidas de los partidos llamados tradicionales.

El FN se ha hecho con dos escaños, tampoco estamos ante algo inédito. Ciertamente, el partido ultraderechista gana un escaño con respecto a 2004. No obstante, en 1998 disponía de tres puestos departamentales.

El FN ha sumado sus dos escaños en Carpentras, a costa del consejero saliente del PS, y en el Var, donde el candidato «ultra» gana el cantón de Brignoles a un candidato comunista por sólo cinco votos. Para dar una lectura más completa, cabría mencionar que el secretario general del FN Steve Briois, ha caído derrotado en Pas-de-Calais, donde la ultraderecha ha crecido estos últimos años fuertemente al amparo del grave problema de la «inmigración ilegal», o que el número dos del partido, Louis Aliot, ha sido igualmente derrotado en el territorio propicio para la derecha, en el flanco mediterráneo, y concretamente en Perpinya. La costa azul, en resumen, sigue siendo el zócalo -sin olvidar a Alsacia y los departamentos de interior- del lepenismo, aunque los partidos tradicionales le han taponado el paso al poder.

El analista Daniel Scheidermann (www.rue89.fr) pone el dedo en la llaga al recordar el particular interés que se tomaron los medios de comunicación en alertar de un amenazante avance ultraderechista en los albores de los comicios de 2007, que dieron la presidencia a Nicolas Sarkozy y se pregunta si la operación lleva camino de repetirse cara a la elección de 2012.

Esa maquinaria tiene sabor a derrota para el PS. De ahí que, con el «Síndrome de 21 de Ábril» -descalificación de Jospin en la primera vuelta de la presidencial de 2002- muy presente, ese partido se haya puesto manos a la obra para tratar de hacer bajar la espuma de la «ola azul marino». Sin embargo, dentro del centro-derecha se expande un cierto temor ante un 21 de Ábril en su contra, con un duelo PS-FN por el Elíseo.

El PS gana pero carece de consistencia Como para la UMP, la dificultad para el PS está en casa. Y más concretamente en la inconsistencia de una formación que, pese a los esfuerzos de reunificación a los que se consagra Martine Aubry, sigue entretenida en las disputas internas y los equilibrios programáticos, lo que le ha impedido ya en estas elecciones cobrarse el rédito que le correspondía del desgaste del sarkozysmo.

La responsabilidad de la fuerte abstención es atribuíble a izquierda como a derecha, y los socialistas harían bien en repasar los estrechos márgenes de victoria que logran en muchos cantones y en reflexionar sobre sus dificultades para atraer a un electorado que acusa los efectos de la «desprogramación ideológica» durante el reinado de Sarkozy. También deberían medir los resultados relativamente satisfactorios que recogen los partidos que componen el variopinto espectro de centro-izquierda. Ese espacio en el que caben desde ecologistas a comunistas obtiene un 14% de apoyos.¿Porqué quienes subliman el 11,56% del FN no dedican un minuto a analizar esa sensibilidad política, ciertamente poco cohesionada, pero llamada a marcar la diferencia en 2012?

Quizás porque conviene sujetar al PS en el ámbito de las «políticas de estado» -ya sea en el dosier nuclear o con respecto a Libia- para que de su actual debate salga vencedora la opción más templada, la que interioriza que ante el conservadurismo sociológico imperante lo más adecuado es elegir un candidato sin veleidades progresistas.

Siguiendo con la intoxicación, la televisión emite los resultados de un sondeo que parte de premisas falsas: Dominique Strauss-Kahn es la opción más valorada en el campo de centro-izquierda para la presidencial. Un pequeño problema: DSK vive alejado de la política estatal y no es candidato. ¿Porqué es él repetidamente el centro de interés demoscópico? ¿ Para presionar al PS a fin de que se decante por entronar como su candidato en 2012 al director del FMI, el mismo que aplaudió la política económica del dictador Ben Ali y recomendó pagar a escote la factura de la crisis causada por los financieros?

La porosidad o permeabilidad del electorado de la UMP a los mensajes de la ultraderecha es un hecho. También funciona al revés, ya que en 2007 Sarkozy repitió en el cargo gracias a su capacidad de fagocitar parte del discurso del Frente Nacional, lo que llevó a una parte de los electores «ultra» a confiarse a un líder ambicioso y agresivo. Ellos otros que se quedaron en la abstención afloran hoy para censurar a Sarkozy.

Este traslado de apoyos -un cuarto de los votantes del candidato de la UMP en 2007 se declaran dispuestos a apoyar a Marine Le Pen- se explica, precisamente, por los devaneos de la derecha con debates sobre la identidad nacional o la religión. El sarkozysmo -y el contexto europeo- ha contribuido a banalizar el voto a la ultraderecha. El FN es hoy «un partido normal», como remarca su nueva patrona, Marine Le Pen, digna heredera de la capacidad comunicativa de su padre.

Frédéric Dabi, director del Departamento de Opinión y Estrategias de Empresa de IFOP sentencia : «Esta claro que el frente republicano -«todos contra el FN»- no funciona, pero además las cifras ponen en evidencia que el problema de trasvase de votos con el FN se plantea también hacia la izquierda». Hasta los sindicatos CGT y CFDT se han topado con la mala sorpresa de descubrir afiliados que comparten su carta y la de Le Pen.

Sin embargo, si no alcanza a ofertar, junto a fuerzas de izquierda, una alternativa progresista, el PS tiene bien difícil detener la sangría de voto hacia una ultraderecha que sabe traducir con claridad las preocupaciones reales de una sociedad que la crisis ha replegado si cabe más aún sobre sí misma.

En todo caso, a la espera de que Aubry desgrane en unos días el ideario del PS y de que se disipen las incógnitas sobre las primarias para nominar al candidato presidencial, hoy cobra más interés analizar la descomposición latente en el entorno presidencial.

Si Fukushima ha puesto en evidencia que, a partir de un cierto estadio la tecnología nuclear se vuelve incontrolable, las polémicas que asaltan al partido gubernamental tras los comicios cantonales dejan a las claras la pérdida de control de un líder en apariencia infalible, al menos para el campo conservador. Sarkozy quiere imponer el enésimo debate controvertido. El 5 de abril se propone sacar a la palestra la laicidad, en claro intento de hostigar a los franceses de credo no católico, léase a los musulmanes.

Pero sin contar con el «disidente oficial» De Villepin, en la derecha -no hablemos ya del centro, agraviado en la última remodelación- estos días se alzan sin complejos voces para desautorizar al presidente y forzar un giro hacia posiciones originarias de la derecha -también llamadas bonapartistas-. Lo reclama sin complejos el patrón de la UMP, Jean-François Copé, al que el todavía fiel François Fillón ha llamado al orden.

Sarkozy ha dispuesto a conveniencia del enorme caudal cosechado en 2007, pero el declive que arranca en las europeas de 2009 alcanza ya límites de peligro inminente. La maquinaria de propaganda no es capaz de absorber el margen de error cada vez más elevado que atesora un dirigente que se conduce unas veces con precipitación y en otras amaga cambios que nunca llegan.

Sarkozy no dispone de soluciones económicas eficaces más allá de los recortes sociales que desagradan a millones de franceses temerosos de verse desclasados por la crisis. Su balance legislativo es también parco. Muchas normas -casi todas las que afectan a libertades- no alcanzan a ver la luz al no superar el control del Consejo Constitucional.

Acosado en casa, Sarkozy sale al exterior, a la arena internacional, tratando de hacer creer que Francia recupera peso en el mundo. Sin embargo, su fotografía al frente de los G8 y G20, no le ha reportado grandes réditos y, ahora, el horizonte complicado que se dibuja a partir de la agresión armada contra Libia, país clave para las industrias nuclear y armamentista -y ante cuyo líder, Gadafi, Sarkozy hizo hace o tanto labores de lobby-, puede agudizar la crisis de liderazgo en el Elíseo.

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