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Sin la OTAN no existiría el frente rebelde

La muerte de combatientes rebeldes no ha minizado su apoyo a la intervención militar; y es que, sin los ataques, bengasi habría caído hace semanas. Han llegado a un punto en el que las bajas por «fuego amigo» se consideran un mal menor.

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Alberto PRADILLA Enviado especial a Libia

«¡Gracias Francia, gracias América, Alá es grande!», proclamaba el mismo viernes por la tarde un combatiente en el frente de Brega. Sobre su cabeza, la estela de los aviones aliados, que se dirigían a atacar las posiciones del Ejército libio. El sonido de la fuerza aérea de los aliados se recibe con euforia en el frente rebelde. «Todo el mundo en Libia quiere a Obama, a Cameron y a Sarkozy», asegura Walid Fares Yafad, un joven de 30 años, en la puerta de entrada de Ajdabiya. Las consignas de apoyo a los bombardeos de la OTAN son continuas. «One, two, three, shukran Sarkozy (un, dos, tres, gracias Sarkozy)», es otro de los gritos de guerra.

La muerte de 13 milicianos el viernes por el bombardeo de la OTAN en Brega no ha minimizado el apoyo de los rebeldes a la intervención militar occidental. Es obvio. Sin los ataques, Bengasi habría caído hace dos semanas. Y ahora, el frente sólo puede mantenerse si las milicias reciben el apoyo aéreo. Así que las bajas por «fuego amigo» se consideran un mal menor en comparación con las consecuencias de una retirada de la aviación extranjera.

Ésta dejaría vendidos a los combatientes opositores a Muamar al-Gadafi ante un Ejército que, aún sin disponer de imágenes sobre cómo está compuesto, por fuerza tiene que ser más eficaz y mejor entrenado que los shebabs (jóvenes) de Bengasi. Además, el apoyo foráneo podría estar ampliándose a material militar como las lanzaderas de misiles Grad utilizadas por primera vez por los rebeldes el viernes.

Sin los bombardeos de la OTAN, los rebeldes no podrían mantener sus posiciones. Y mucho menos, avanzar. Sólo con observar el paisaje donde se desarrollan los combates es fácil explicar por qué. La carretera que une Bengasi y Brega, con Ajdabiya como línea roja, es una enorme recta rodeada de desierto. No hay dónde cobijarse. Por eso, los ataques desde el aire han marcado la diferencia. Primero, del lado del Ejército libio, que recuperó terreno rápidamente frente a una caótica milicia. Ahora, para que los rebeldes mantengan el equilibrio en el frente.

En teoría, la resolución 1.973 de la ONU, la que avala la intervención militar extranjera, se ha justificado por la necesidad de proteger la vida de civiles. Sobre el terreno, resulta difícil creer que los bombardeos no se iniciasen para facilitar el camino de los opositores. «Los aliados no son nuestra división aérea, simplemente trabajan para que se cumpla la resolución de la ONU», defiende Mustafá Gheriani, portavoz del Consejo Nacional de Transición, el órgano dirigente de Bengasi.

Esto contrasta con la práctica diaria, que evidencia que la dinámica es siempre la misma. Primero, bombardeo aliado desde el cielo. Después, avance de los rebeldes, que tratan de asegurar con artillería el terreno ganado por la OTAN. Aunque, en ocasiones, ni siquiera este apoyo garantiza el progreso de una caótica milicia. Esto ocurrió, por ejemplo, el viernes, cuando minutos después de la euforia desatada por los bombardeos, los rebeldes volvían a retirarse tras ser atacados nuevamente por el Ejército libio.

«Nos están protegiendo, así que no vamos a cambiar de actitud hacia ellos», defendía ayer mismo Gheriani. Aunque el apoyo foráneo a los rebeldes podría no estar limitado a los ataques aéreos. El jueves, un convoy de diez vehículos con material militar, entre ellos varias lanzaderas de cohetes Grad, se dirigían hacia la línea de combate. Los rebeldes los estrenaron el viernes.

Preguntas que responder

Resulta sospechoso pensar que, después de un mes de combates, el bando rebelde haya descubierto un nuevo arsenal con armas más potentes. «¿No te has dado cuenta de que ahora tenemos armamento del que antes no disponíamos?», apuntaba ayer una joven voluntaria ante la pregunta de porqué han comenzado a limitar el acceso de la prensa al frente y prohibido las visitas a los campos de entrenamiento, una de las actividades propagandísticas más comunes durante las primeras semanas.

El interrogante ahora es saber de dónde han salido estas armas. «Puede que de algún amigo en Occidente o en los países árabes», contestó. El argumento oficial para este incremento de la censura es la «seguridad». Pero esta joven señala otra razón. «Alguien tendrá que enseñarnos a utilizar estas armas. Y estas personas no quieren ser grabadas».

Da la sensación de que la intervención militar liderada por París y Washington ha reconciliado a Occidente con parte del mundo musulmán. Al menos, en las ciudades controladas por los rebeldes. Un hecho paradójico teniendo en cuenta el número de barbudos por metro cuadrado que se multiplican alrededor de las líneas de combate y los antecedentes en Afganistán e Irak. Habrá que ver hasta cuándo se mantiene esa repentina euforia proamericana en la heterodoxa línea del frente. Aunque, si se observa su dependencia de la fuerza aérea, todo apunta a que falta mucho para que las bajas por fuego de la OTAN terminen por desgastar a los rebeldes.

 

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