El régimen de Djibuti tiene todo el aval francés para silenciar la revuelta
Mientras el presidente, Ismael Omar Guelleh, intenta contener a la población, animada por el ejemplo de la revolución tunecina, París volverá a cerrar los ojos durante la mascarada electoral que se celebra hoy en el país que alberga la mayor base militar francesa en el extranjero.
Jean SÉBASTIEN MORA | Periodista
Francia nunca ha sido sincera con respecto a su ayuda a países terceros», sentencia tajante un taxista djibutiense al evocar el caso de Libia mientras se desespera ante la profusión de controles en la carretera. En Djibuti, la Policía ofrece una imagen que es el mejor reflejo del régimen, uno de los más duros y mafiosos de África.
Mientras las revueltas sacuden al mundo arabo-musulman, el único país francófono de África del Este sigue siendo un territorio de contrastes y de excepción, donde la feroz represión apenas conoce reposo.
Djibuti es un territorio muy desértico y poblado por 800.000 almas, principalmente afars, árabes e isas. Pero para los occidentales, la antigua costa francesa de Somalia es antes de nada una base geoestratégica en el Mar Rojo.
El país sigue siendo el primer destino militar francés en el extranjero, con 3.000 efectivos. Desde su tardía independencia en 1977, y siguiendo una no menos vieja tradición colonial, París favoreció la llegada al poder de un dictador de su cuerda. Con el transcurso de los años, los estadounidenses, alemanes e incluso los españoles fueron instalándose en el país, convirtiéndose en un maná financiero para el régimen.
En el poder desde 1999, el somalí Ismail Omar Guelleh lleva adelante una política mafiosa fundada en el enriquecimiento de su tribu. Tras el fraude masivo en las legislativas de 2003, Guelleh excluyó del poder a la mayor parte de los cuadros afars y árabes. Ha laminado toda la prensa independiente y, hecho único en el África francófona, destruyó la antena de RFI. «Se convirtió en imposible celebrar unas elecciones libres y transparentes, por lo que la oposición legal decidió boicotearlas», explica Kassim Ali Dini, secretario general de la Alianza Republicana para el Desarrollo. En 2005, Ismail Omar Guelleh fue el único candidato para sucederse.
Conatos de revuelta
A finales de enero, la tensión subió al calor de las revueltas árabes. La población salió a la calle a denunciar la corrupción y las maniobras del presidente para eternizarse en el poder. «Para las elecciones del 8 de abril, Guelleh ha decidido modificar la Constitución a fin de poder optar a un tercer mandato y ha presentado a uno de su entorno para simular una candidatura de oposición», denunciaban los manifestantes.
El régimen cortó en seco las aspiraciones populares: la masiva manifestación del 18 de febrero se saldó con dos muertos. Desde entonces, las reuniones están prohibidas, las detenciones políticas se han multiplicado y la tortura a opositores se ha sistematizado. Ha habido más muertos y no hay noticias de más de 80 detenidos en las mazmorras del régimen.
La gente tiene miedo de un régimen impune ante la comunidad internacional. Es hasta tal punto impune que el ministro de Sanidad acaba de desviar más de 15 millones de dólares procedentes del Fondo Mundial para el Sida. Mientras el crecimiento del PIB anual roza el 5%, el país presenta una tasa de pobreza que supera el 48% y los menores, según UNICEF, viven una situación «dramática». «Los recursos económicos del país no benefician más que a la familia del presidente y a sus próximos», asegura Ali Coubba, líder de la oposición.
En veinte años, Guelleh se ha convertido en la sexta fortuna de África con el control del voluminoso comercio del puerto de Djibuti City, y con el tráfico de armas y alcohol, sin olvidar sus estrechos lazos con la piratería somalí.
La otra baza del presidente es, sin duda, la adición de la población al khan. El régimen ha promovido la importación de beinte toneladas diarias de esa planta que, junto con sus efectos sicotrópicos tiene un riesgo claro de provocar adición y toxicomanía.
El nuevo ministro de Exteriores francés, Alain Juppé, ha afirmado recientemente que «Francia vigila el respeto de los derechos humanos en Djibuti». Difícil de creer, cuando el régimen sigue contando con la complicidad de la antigua metrópoli. Desde 1977, el Estado francés adiestra al Ejército de Djibuti, concretamente a la guardia republicana, milicia de choque a sueldo del dictador. Desde los noventa, el Ejército francés ha apoyado la represión contra el movimiento afear y, recientemente, ha apoyado logísticamente al régimen en su guerra contra Eritrea.
Hoy, Ismail Omar Guelleh vencerá sin problemas en las elecciones. Si hubiera sorpresa, no sería electoral, sino revolucionaria. Y es que Djibuti , como el resto del Cuerno de África, se ve afectado de lleno por los acontecimientos en el vecino Yemen. En caso de estallido popular, ¿dónde se ubicaría el Estado francés esta vez?