preestreno de « no tengas miedo»
«No me gusta decir quién es bueno y quién malo. El espectador debe decidir»
Empezó con «Tasio» hace un cuarto de siglo y se ha forjado un respeto como cineasta por trabajos como «Obaba» o «Secretos del corazón». Armendariz propone ahora una película dura donde narra el abuso sexual de un padre a su hija que, más que conmover, remueve conciencias.
Da la impresión de que ha querido dibujar una historia universal. La ciudad es Iruñea, pero podría ser cualquiera. Además, también ha recurrido a una especie de falso documental. ¿Qué aporta esto a la película?
Mira, me llamó mucho la atención el porcentaje tan alto de personas que han sufrido abusos. Hay cifras que alarman, pero la realidad es incluso peor. Muchas víctimas sufren y luego callan. Ahí es donde entra el miedo, las circunstancias personales, la culpabilidad... Yo quería remarcar que esta historia no es un caso aislado. No quería una película sobre una pobre chica que se llama Silvia. El problema de los abusos sexuales va más allá. Se reproduce en distintas clases sociales, en distintos ambientes, en distintas edades... El abusador puede ser tu padre, tu tío, tu abuelo, el profesor o quien sea. El falso documental me permitía romper la estructura lineal de la película, porque en el fondo también los propios personajes están desestructurados. El añadir nuevos testimonios puede generar un cierto desconcierto, pero forman también parte de la ficción. Desde el punto de vista argumental, permiten sumar a la historia de Silvia otras cinco más. Y podrían haber sido veinte más.
Resulta chocante lo distintas que pueden llegar a ser las consecuencias de un abuso sexual.
En Silvia trato de reflejar la generalidad, pero tampoco existe generalidad. Hay casos muy particulares y patrones comunes. Las víctimas suelen generar dependencias de cualquier tipo: drogadicción, alcoholismo y, aunque parece mentira, mucha promiscuidad como resultado de unos abusos. Hay muchas personas que en lugar de un rechazo a las relaciones sexuales, acaban acostádose cada día con una persona distinta. Y, lo más horrible, que también recoge un testimonio de la película, a veces, las víctimas repiten el abuso. En el filme, un afectado dice: `Si me lo hacía mi tío, ¿por qué no puedo hacerlo yo?'. De hecho, un gran porcentaje de abusadores han sido víctimas. ¡Ojo!, esto no los justifica y también deben ser juzgados o condenados por su delito. Eso sí, ha de tenerse en cuenta que se trata de una persona con una gran distorsión de la sexualidad. ¡Él piensa que lo que hace es normal! Por tanto, creo que también necesita ayuda sicológica.
Es patente el afán de la película de concienciar al espectador. ¿Por qué, entonces, no aparece una forma concreta de ayudar a una víctima, un guión sobre cómo intervenir?
Como director, no me gusta explicitar, sino sugerir, porque como espectador no me gusta que me indiquen que éste es el malo, éste es el bueno y tampoco que la solución debe ser tal cosa. Quiero que el espectador decida, se implique. No creo que una película sea capaz por sí misma de cambiar la realidad. La realidad sólo puede ser cambiada por la sociedad. La película no puede aportar una solución, sólo aspira a reflejar una realidad. La reacción siempre queda en manos de la sociedad, que debe darse cuenta de que no hay programas de prevenció, ni para la detección, de que hay pocos sicólgos preparados, de que no hay un teléfono donde llamar... Pero ese ya no es mi papel.
Pero sí aparece una alusión velada, cuando una víctima dice que, para cuando denunció, el delito ya había prescrito.
Sí, pero porque éste es uno de los pocos lugares donde un abuso sexual prescribe.
La cámara huye de la explicitud en especial cuando llega la hora de los abusos. Siempre hay una puerta, un cristal, que nos impide ver lo que ocurre.
A la hora de abordar la película, no quería perder ni la dureza ni el sufrimiento que vi durante el año y medio que conviví con víctimas de abusos, porque comprobé de primera mano lo terribles que son, cómo los habían destrozado. No quería perder esto y me propuse que el espectador fuera consciente de ello y que, de alguna manera, se convirtiera en un revulsivo. Sin embargo, quise huir del morbo, el amarillismo y la truculencia que lamentablemente acompaña a todos estos casos cuando los retrata la prensa.
Pongámonos en la piel de un espectador que no ha visto la película. ¿Qué va a encontrar?
Se encontrará con la lucha de una joven contra la adversidad de un destino brutal e injusto, que le ha destrozado la vida, y del que decide salir. Y eso pasa por asumirlo, por enfrentarse a su padre y tratar de empezar una vida nueva, aunque el final queda abierto.