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Iratxe FRESNEDA I Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Payasos


Hubo un tiempo en el que adoraba a los payasos. Teníamos a los de la tele, que nos increpaban con su repetitivo «cómo están ustedeeeees», teníamos al catalán Charlie Rivel y un poco más cerca a Kixki, Mixki eta Kaxkamelon. Me hacían reír, cada uno con su estilo, pero sobre todo reivindicaban, de algún modo, el gamberrismo como algo sano y necesario. Pasó el tiempo y me alejé del jolgorio clown, la adolescencia es lo que tiene, a veces nos hace avergonzarnos de aquello que adorábamos hace tan solo unos años (y puede que con razones de peso). Ahora, mis hijas, me han devuelto al mundo de la risa floja y el despiporre. Imagino que «más de dos» de los que me leéis sabéis a lo que me refiero e incluso lo «padecéis». Tanto es así, que en pro de la salud emocional familiar a veces hacemos mini giras en busca de la risa (y de Pirritx, Porrotx y Marimotots). En otras ocasiones, si hay suerte, la risa nos encuentra a nosotras. Y la verdad sea dicha, ¡qué gusto da reír con ganas hasta que te salen las lágrimas! Y qué poco lo practicamos... Ayer llegaron hasta mi pueblo payasos, equilibristas, titiriteros y demás gentes del espectáculo. Hace quince años que acuden a la cita de Arrigorriaga y que nos contagian su buen humor. El viernes, entre otros espectáculos callejeros, pudimos disfrutar del americano loco Jango Edwards, toda una leyenda viviente que nos hizo desternillarnos con su boda guasona al estilo gipsy. A pesar de que el aitite del clown repartiera algún susto que otro entre la audiencia menudita, la mayoría de los congregados a su alrededor no abandonaron sus puestos seducidos por el carisma del mítico artista perpetrador del «Cabaret cabrón». Riamos, que algún motivo tendremos, ¿o no?

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