Los momentos más sobrecogedores son aquellos en los que el despótico jefe de pista, encarnado por el austriaco Christoph Waltz, maltrata al animal. Son situaciones que, por suerte, han quedado en el túnel del tiempo, porque el mismo maltrato que recibían las fieras lo padecían los trabajadores no artísticos. No obstante, al recrearlas provocan emociones encontradas, con esa mezcla de tristeza y alegría, de violencia y magia que encierra el viejo circo. Pero el circo de principios de los años 30 era ante todo un gran espectáculo, que «Agua para elefantes» acierta a reflejar en toda su magnitud, empezando por una pesada infraestructura que entonces se transportaba en vagones de tren. La secuencia cumbre de la caída de la carpa circense a consecuencia de la estampida de los animales se ha comparado con el hundimiento del barco en «Titanic», aunque recuerda más a «Danzad, danzad, malditos», de Sydney Pollack; o a «Como plaga de langosta», de John Schlesinger. Con ambos títulos comparte la forma tremendista de expresar la necesidad que la gente tenía de ilusionarse para superar la crisis, si bien al final podía más una realidad de tintes catastrofistas. Claro que, como en el filme de James Cameron, es un anciano superviviente el introductor del relato, un mítico Hal Holbrook que deja en evidencia al bisoño Robert Pattinson.