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La legión extranjera de los rebeldes espera su regreso en la retaguardia

No lo dudaron. Al estallar las revueltas prepararon las maletas y se plantaron en Libia para «hechar una mano a sus hermanos». No obstante, al vivir en Occidente, son víctimas, sin saberlo, de ciertas teorías conspirativas. Ahora, al verse atrapados en una verdadera guerra civil, solo ansían una cosa: volver a sus casas.
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Alberto PRADILLA

Mohammed tiene 24 años y habla un perfecto inglés con acento norteamericano. Lógico. Ha pasado su juventud en California y solo regresó a Bengasi el 25 de febrero, una semana después de la explosión de las revueltas libias. «Vendí mi coche, dejé mi trabajo y cogí el primer vuelo que salía para El Cairo», explica. Allah, de 38 años, se expresa en un castellano con deje madrileño que delata la década escasa que pasó en la capital del Estado español antes de establecerse en Dubai. En el momento en el que comprobó que era posible levantarse contra Muamar Gadafi, abandonó su empleo y se sumó a las filas del Consejo Nacional de Transición. «Soy uno más, solo intento ayudar», asegura. Casos como los de Mohammed o Allah no son excepciones. Ambos son miembros de la legión extranjera que se ha sumado a las filas de los insurgentes: libios que se marcharon hace muchos años de su país y que han dejado todo para enrolarse en la lucha contra el régimen. Si al Ejército de Muamar Gadafi le acusan de contar con mercenarios, los insurgentes han ampliado sus filas con cientos de libios que estudiaban o ejercían en el extranjero y que se perfilan como la futura élite dominante del país en el caso en el que la rebelión triunfe.

«Vine aquí porque los médicos somos muy necesarios. Además, mi familia es de Misrata, y yo no podía abandonarles», argumenta Mohammed Al Hadad, de 34 años. Estudiaba Medicina en Canadá, donde trabajaba como practicante. Pero con el inicio de la rebelión no se lo pensó un minuto en hacer las maletas y presentarse como voluntario en el Hospital Al Hakami, en la ciudad sitiada por las fuerzas de Gadafi. Nadie ha cuantificado el número de libios que han regresado desde la rebelión del 17 de febrero. Pero no es difícil distinguirlos entre la población. Tienen estudios, una mentalidad occidental que choca con esa mayoría abrumadoramente conservadora de Libia y abogan por un país homologable a Europa o EEUU tanto en lo político como en lo económico. En lo relevante, saben de lo que están hablando. En lo superficial, podría decirse que incluso se diferencian estéticamente, luciendo un estilo más discreto que el look ligeramente poligonero y un poco excesivo que tanto se repite entre los shebabs.

Teorías conspirativas

El hecho de haber cursado estudios en Occidente ha situado a esta legión extranjera en el centro de las teorías conspirativas. No se pueden obviar que algunas de las cabezas pensantes del Consejo de Transición de Bengasi han mantenido lazos con las élites políticas o económicas de Washington o París. Y, sobre todo, que comparten su visión sobre el futuro de Libia, lo que probablemente haya facilitado que la OTAN haya intervenido a favor del cambio de régimen. Mustafá Gheriani, uno de los portavoces habituales de los sublevados, es un ejemplo de ello. «Mi mujer y mis dos hijos se han quedado en EEUU», explica desde el cuartel general rebelde en la Plaza de los Juzgados de Bengasi. Allí, Gheriani era conocido como empresario. Aunque también tiene su background activista. El 17 de febrero de 2006, cinco años antes de que el este libio se levantase contra Gadafi, Gheriani y otros líderes de la actual revuelta, como Fathi Boukhris, ya trataron de levantarse contra el régimen. Pero fueron duramente reprimidos. Así que el afable portavoz, siempre disponible entre los pasillos de la poca acogedora sala de prensa del centro de Bengasi, se refugió en los negocios esperando que la situación diese la vuelta y Gadafi diese algún síntoma de debilidad.

No obstante, Gheriani no representa a todos los libios que han hecho las maletas para sumarse a la rebelión. Si el número de agentes de la CIA o de mercenarios a sueldo de los estadounidenses se acercase a la cifra de recién llegados, casi podríamos hablar de una invasión terrestre. Jaffer Mobruk Manchur, de 26 años, es otro de los nuevos aterrizados. Este joven de Al Beida, un municipio a unos 200 kilómetros al este de Bengasi, estudiaba Económicas en Manchester cuando estalló la revuelta. «Vi los muertos y no pude quedarme quieto. Tenía que venir a ayudar a mis hermanos. Cogí un vuelo y el día 25 ya estaba en Egipto». A pesar de formar parte de los privilegiados que pudieron estudiar en el extranjero, Mobruk no se escondió en la comodidad del territorio liberado. «Estuve luchando en Ajdabiya, luego me enviaron aquí», explica desde Misrata, donde tiene una doble función que le ocupa prácticamente 24 horas al día. «Cuando no peleo, traduzco. Cuando no estoy traduciendo, me voy al frente a luchar», explica este chaval delgado y con gafas, con cara de bonachón inteligente, que asegura que, «cuando la guerra termine», volverá a Manchester para «terminar los estudios».

El desembarco tampoco has sido una cuestión fácil. No se pueden obviar los choques culturales existentes entre quienes salieron al extranjero y una población encerrada en sí misma que apenas ha asomado la vista fuera de sus fronteras. Por eso, no es extraño encontrarse escenas como la protagonizada por Mohammed, traductor para TF1, que perdía los papeles en el puerto de Misrata al comprobar cómo un hombretón con Kalashnikov decidía que ese no era exactamente el punto por el que debían cruzar, que había que esperar las órdenes de un superior inexistente. «En este país todavía es necesaria mucha educación», protestaba. Quizás en las élites todo ha sido más fácil. Personajes como Gheriani llegaron directamente a encabezar las estructuras de poder. Pero en la base se generaron más suspicacias. Además, no todos esperaban que el conflicto se estancase en una guerra civil. Dejaron todo para sumarse a una revuelta y ahora se ven atrapados en la retaguardia. Como señala Gheriani, «hasta que termine esto no sé qué es lo que voy a hacer». Rápidamente, le interrumpe Imam Boughigis, otra de las portavoces del Consejo: «Coger a tu familia y volver a Libia», aunque al interpelado no se le ve muy convencido.

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