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Iñaki LEKUONA | Periodista

La razón del poeta ciego

Abul Ala Al-Maari era filósofo un sirio que traducía su invidencia en poesía. Cargado de un pesimismo demasiado actual, recitaba hace ahora un milenio que la tristeza de una muerte pesa tanto como las miles de alegrías que celebran los nacimientos. Y proseguía: «Amigo, ves las tumbas que atestan estas inmensidades?». Como si se tratara de un vidente, mil años después los ataúdes se amontonan en Siria y en demasiadas partes del mundo. Será por eso que Washington decidió echar uno de esos cadáveres al mar, para que haya sitio para el siguiente.

El siguiente puede ser en Libia, país cuyo gobernante, Muammar al-Gadafi, otrora peligroso revolucionario reconvertido en estrafalario amigo de occidente, fue acusado y condenado como «antidemocrático» por esos mismos que le vendían sus armas. Las pruebas de cargo: cientos de civiles muertos en las represiones contra las movilizaciones antigubernamentales. La condena: un ataque aéreo aliado que a día de hoy no ha cesado y que se ha llevado por delante la vida de civiles libios, entre ellos un hijo y varios nietos de Gadafi. No todas las muertes de civiles pesan lo mismo en Libia. Aunque lo cierto es que valen mucho más que las sirias, donde la comunidad internacional no tiene visos de intervenir por muy antidemocrático que sea aquel gobierno.

Decía hace mil años Abul Ala Al-Maari que hay dos tipos de personas en la Tierra: los que poseen inteligencia y no tienen religión, y los que profesan religión pero carecen de razón. De esto último estamos muy servidos. También están los ciegos que, como el poeta, a pesar de ello ven, y los que teniendo ojos para ver no quieren ni mirar.

 
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