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Carlos GIL I Analista cultural

Los leones

 

Una palabra lleva a la siguiente; una situación lleva a otra. Palabra y artificio. El soñador y el artista no deben coincidir nada más que a la hora de la comunión. Suenan los clarines que anuncian la apertura del mercado. Escucha al viento que está afónico. Arte y palabrería. Peregrinos del señuelo calzan polainas con chorreras. Abducidos por las formas y la imitación, la gestualidad aparece con faltas de ortografía. ¿Sueñan los leones? Repito: ¿sueñan los leones?

Un aplauso roza la calavera de un mal recuerdo. Allá la niña baila descalza sobre agujas y cristales verdes, como si fuera un boceto de una tragedia griega cantada por un monje entregado a la meditación intrascendental. En el bosque desencantado un gnomo encuentra un garbanzo de alabastro que lleva escrita una leyenda: el artificio es tan humano como la creencia en la lotería.

No pierdas mucho más el tiempo: admira el barroco y eleva la mirada por encima del cuadro. Eso es: chocan las fuerzas opuestas y la música despierta de su siesta al acomodado guardián de la cripta. La sombra de un suspiro ilumina la línea recta.

Que nadie se mueva antes de resolver el jeroglífico. Los comisarios se empeñan en revestir con mantillas y guantes finos de seriedad y sufrimiento lo que no es otra cosa que una frivolidad ilustrada. Echa una moneda y podrás ver en el caleidoscopio la última moda en formatos y colores para decorar salones de hotel. Rasca y gana un ripio al compás. Los diez primeros en llamar son los más idiotas. Más que un pensamiento estamos ante un frustrado caligrama. Contar palabras.

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