Cuenta asimismo con un valiente trabajo interpretativo de Maria Onetto, actriz que no le teme al primerísimo primer plano y aguanta el tipo lo indecible, modulando un sensible registro expresivo que se mueve entre la calma tensa y la alegría contenida.

Lo único que no encaja en el conjunto es la música de Alejandro Franov, al propiciar un aire distante e intelectual que esta sencilla crónica cotidiana, sobre la vida de un ama de casa en busca de su propia identidad, no necesita. La metáfora existencial del «puzzle» engloba la película en su conjunto desde las primera secuencia hasta la última, comenzando por el prólogo de la fiesta de cumpleaños que nos permite saber la edad de la protagonista, y donde se marca el tono a seguir, porque todo en el día a día de esta mujer es una mezcla de condena y liberación. Está tan ocupada en atender a su familia que rompe uno de los platos en los que ha de servirse la tarta, pero a la vez su afán por reunir los pedazos y recomponerlos le rebelará una habilidad que desconocía para armar rompecabezas. Ese don dará paso a una afición gracias a que entre los regalos hay un puzzle, con lo que sin salir de su hogar descubre un nuevo mundo de oportunidades que le aguarda en el exterior.

Dicha conexión con lo que hay afuera se establece a través de un anuncio, que le llevará a participar en un campeonato y ganarlo. La evasión y el sueño duran poco para la madura Cenicienta, porque sin ella la realidad de su casa sería un caos que ni su marido ni sus hijos sabrían ordenar.