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ANÁLISIS | ELECCIONES EN EUSKAL HERRIA

La nueva centralidad del PNV

La presencia de todas las opciones políticas en las elecciones devuelve al PNV una cierta centralidad en el escenario electoral. pero lo que no está tan claro es que pueda recuperar la capacidad de pactos a múltiples bandas que tuvo en el pasado.

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Iñaki IRIONDO

El presidente del EBB, Iñigo Urkullu, no dudó en reclamar un papel protagonista en la legalización de las candidaturas de Bildu, aduciendo que el PNV ha hecho «lo posible y casi lo imposible», cosas que «se pueden contar y otras que no». La frase contiene las suficiente dosis de misterio para dotarla incluso de cierto dramatismo cinematográfico.

La presencia de Bildu en las elecciones acaba con una de las ideas-fuerza que el PNV iba a utilizar en esta campaña, que era la de tratar de agrupar en su sigla todo el voto de aquéllos que no quisieran que el pacto PSE-PP se extienda al conjunto de las instituciones. Pero, al mismo tiempo, le libera de la obligación de obtener una representación cercana a la mayoría absoluta para tratar de mantener alcaldías y diputaciones forales.

Sin Bildu, y visto el peso institucional que en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa tienen otras fuerzas como Aralar, EB o H1!, el PNV se veía obligado a competir casi en solitario contra el pacto PSE-PP y ya había jeltzales que no veían nada claro que al final pudieran mantenerse alcaldías tan significativas como las de Bilbo. La presencia de Bildu alivia en buena medida esa presión, no porque la coalición independentista vaya a votar a candidatos del PNV allá donde fuera necesario, sino porque altera la formulación matemática de la representación institucional.

La sentencia del Tribunal Constitucional ha llevado a Iñigo Urkullu a volver a reivindicar la centralidad del PNV en un escenario en el que en un extremo pretende colocar a «la pareja PSE-PP, el matrimonio sin amor», y en el otro, a Bildu, «el matrimonio de conveniencia».

En ese contexto, al PNV le gustaría recuperar los tiempos en los que podía llegar a acuerdos diversos con distintos partidos en función de la composición de cada institución, ejerciendo siempre como cauce central de la política vasca.

Pero no está claro que eso pueda volver a ser así, porque los años no pasan en balde y las circunstancias políticas han cambiado. Ya decía Xabier Arzalluz recientemente en GARA que lamentaba que el PNV no se hubiera actuado con mayor firmeza contra la Ley de Partidos. Una de las consecuencias del apartheid ha sido la llegada a Ajuria Enea del pacto PSE-PP, con la ruptura de tabúes que eso ha supuesto.

El PNV ya no va a poder pactar con quien quiera con la facilidad que lo hizo antaño. Un acuerdo con el PP resulta difícil objetiva y subjetivamente. Es dudoso que Basagoiti quisiera y difícil que el electorado jelkide lo desee ni lo comprenda. El PSE, salida «natural» en otros tiempos, ha aprendido que tiene otras vías para alcanzar las cimas institucionales. Pero además, al margen de voluntades, su pacto con el PP tiene una serie de condiciones que, por ejemplo en Araba, no van a ser sorteables como hace cuatro años. En cuanto a Bildu, si pudiera haber una cierta coincidencia en el ámbito nacional, las diferencias en materia otras materias como infraestructuras o fiscalidad dificultan mucho cualquier acuerdo global.

Es decir, la centralidad del PNV no es en 2011 la que hace una década le permitía practicar su propia versión de la «geometría variable» prácticamente a coste cero. Aquellos tiempos pasaron. Hoy es mucho más aplicable el refrán de que «el que algo quiere, algo le cuesta»

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