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Gloria REKARTE Ex presa política

Nobel

Habida cuenta de que el nombre de su fundador está tan íntimamente ligado a la dinamita que lo afamó como a la industria armamentística que lo enriqueció, no resultan inconcebibles los rumores que ligan a la Fundación Nobel con grandes inversiones en armamento. La Fundación, se ve, otorga premios a la paz por un lado mientras se asegura los garbanzos por otro, o por el mismo. Fácil de entender que Obama les mereciera atención y galardón. De hecho, se lo dieron por nada, más bien como a cuenta: «por brindar a su pueblo la esperanza de un mundo mejor». Del premio a hoy, Guantánamo sigue siendo un centro de tortura, las tropas estadounidenses remolonean entre las ruinas calcinadas de Irak y la soldadusca yanqui se entretienen matando civiles afganos y fotografiándose con sus cadáveres profanados.

Necesitando una urgente cura de imagen, el galardonado vio llegado el momento de sacar de la chistera el prometido mundo mejor, se adentró en suelo ajeno y acabó con Bin Laden. Y con unas cuantas personas más que el turbio y maloliente humo que envuelve lo sucedido impide distinguir. Las heroicas tropas USA también se apuntan el honor de tirar el cuerpo -o las pruebas, según se mire- al mar, para mayor afrenta de la sharia islámica. No se puede pedir más. Tan Nobel proceder embargó de puro gozo el espíritu yanqui, ese que les hace creerse investidos de autoridad divina para invadir expoliar y detentar el derecho exclusivo a la venganza. Exultantes, miles de estadounidenses bailan dando por canceladas, con la muerte de Bin Laden, una de las mayores facturas contraídas en su historia. Consciente de que acaban de facturarle una nueva, Occidente extrema las alertas.

 
 
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