En los últimos días la actualidad económica europea ha vuelto a centrarse en Grecia, justo cuando se cumple un año desde que la UE y el FMI acordaran un plan de «rescate» para la maltrecha economía helena. Hace doce meses, aquel préstamo con alto interés, que algunos presentaron casi como una donación y que, por otra parte, alivió sobre todo a los bancos europeos con fuertes intereses en Grecia, llegó acompañado por un fuerte programa de recortes sociales y ajustes presupuestarios. Ahora, ante las dificultades que el Gobierno de Yorgos Papandréu tiene para hacer frente a las obligaciones contraídas, la Unión Europea debate si el pago de la deuda -ya no es rescate- debe ser renegociado o incluso si debe ampliarse la cantidad prestada. Y, en toda esta discusión, en la que Alemania y el Estado francés, por una parte, y Gran Bretaña, por otra, mantienen posiciones distantes, las instituciones europeas están trasladando la sensación de que el futuro de los griegos, verdaderos paganos de esta situación, no es sino objeto de mercadeo por su parte.

La sociedad griega, sin embargo, volvió a demostrar ayer con su enésima huelga general, la segunda en lo que llevamos de 2011, que no está dispuesta a que sus mandatarios y los líderes europeos sigan negociando en un tapete cómo recortan sus derechos.