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CRÍTICA literatura / ensayo

«El Método» El deber de ser feliz

 

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Iñaki URDANIBIA

Desde Hobbes a Max Weber pasando por ciertas interpretaciones de la teoría marxista, el del Estado había sido concebido como un poder capaz de decidir sobre la vida y la muerte de sus súbditos a modo de aparato de dominación. En especial, desde hace unos años, en las Ciencias Sociales se ha ido imponiendo otra visión que hace que se considere al poder como un conjunto de prácticas de control y de gestión. «El biopoder se da por tarea gestionar la vida», que decía Michel Foucault.

A esta aclaración inicial, advierto que no gratuita, quisiera añadir otra con la que la esencia de esta novela quedaría completada: frente al optimismo esperanzado de la literatura utópica y ante los fracasos en la práctica de ciertas utopías, brotó el genero distópico o de utopías negativas que, siguiendo la senda de los Platón, Tomasso Campanella o Thomas More, la invertía haciendo que las luminosas promesas de futuro se convirtiesen en oscuras situaciones futuras o presentes. Por tal brecha entraron los Aldous Huxley, Yeugeni Zamiatin, Ray Bradbury  George Orwell, Le Clézio, Ismaíl Kadaré, Ursula K. Le Guinn o Margaret  Atwood. Si unimos ambas aclaraciones tendremos los ejes sobre los que pivota la estupenda novela de la alemana Juli Zeh. Las dos primeras páginas ya nos alertan de qué nos vamos a encontrar y muestran a las claras que la escritora de Bonn puede ser otra cosa, pero desde luego no es una traidora. La primera, bajo el título de “El prólogo”, es una extensa cita en la que se hace un elogio de la obligatoriedad de estar sano, a no ser que uno quiera ser un desgraciado. La segunda, titulada “La sentencia”, da cuenta de la condena a ser congelada para la protagonista de la historia, una bióloga llamada Mia, por no seguir las consignas del Método impuesto por el Estado, al negarse a ser sometida a ciertos exámenes médicos. El horizonte que se vislumbra tras estas dos significativas páginas es el de la felicidad obligatoria a la que está condenado todo ciudadano bajo la protección del papá-Estado con la finalidad de que esté sano, para que viva bien y así colabore en la felicidad común de la feliz ciudad; un empeño por crear cuerpos obedientes dignos de la «servidumbre voluntaria» de la que hablase Etienne de La Boétie. .

El Método ideado por el Estado funciona: ha logrado la salud, la felicidad, la armonía. Todo está bajo control, no hay cabida para desviarse, ni en consecuencia para la libertad, ni la disidencia. ¿Qué puede hacer quien no esté de acuerdo con esta perfección domesticada e impuesta? Tal vez «levantar la mano contra sí mismo» que diría Jean Améry.

La novela funciona como un engrasado mecanismo, al crear con tino situaciones con una atmósfera asfixiante y que bien puede ser el horizonte perfecto de la sociedad perfecta , en el mejor de los mundos posibles. Un libro que se ha de leer.

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