Los productores de cine fantástico tienen mucha tecnología en sus manos para recrear universos imaginarios pero pocas ideas argumentales de nuevo cuño, por lo que a pesar de la aparatosa parafernalia de los efectos visuales generados por ordenador toman prestados guiones clásicos de otros géneros. Sin ir más lejos, en el germen de “El sicario de Dios” está la obra maestra de John Ford “Centauros del desierto”, y es que el cómic del coreano Hyung Min-woo, puesto en escena por Scott Stewart, toma elementos del western puro y también de los de Sergio Leone.

En lo que al ambiente apocalíptico se refiere copia más de «Mad Max» o de «Juez Dredd», mientras que el diseño futurista bebe de la inagotable fuente de «Blade Runner». Todas esas influencias están más o menos bien amalgamadas, lo que no asegura el disfrute del subproducto resultante al cien por cien, habida cuenta de que las coreografías de lucha entre humanos y vampiros han sido desarrolladas a la manera de un tedioso y repetitivo video-juego. La pantalla grande no puede ser una prolongación de las consolas, porque para eso es mejor quedarse en casa.

Lo más interesante del guión adaptado por Cory Goodman es la traslación a un virtual futuro del poder eclesiástico perpetuado a través de los siglos. El totalitarismo no es ejercido por el estado supremo, como en la orwelliana «1.984», sino que lo ostenta la Iglesia. Ese estatus de privilegio dentro de la especie humana es fruto de una victoriosa Cruzada contra los mutantes, unos monstruosos vampiros. La jerarquía religiosa, representada por un cardenal al que da vida Christopher Plummer, ha prescindido de los sacerdotes guerreros, pues una vez acabada la guerra ya no necesita de sus servicios. Paul Bettany encarna a uno de ellos dispuesto a traicionar el voto de obediencia, e imbuido de su condición heroica, continuar con la lucha por su cuenta y riesgo. Es el protagonista máximo de una nueva franquicia abierta a próximas entregas, bajo el título original de «Priest».