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ELECCIONES EN EUSKAL HERRIA

La farsa se desmorona

La campaña electoral viene marcada por la irrupción de Bildu, que, por el modo en el que se ha producido, ha dejado en evidencia los discursos que abocaban a la izquierda abertzale a la derrota absoluta. La ilegalización ha servido para recrear una realidad virtual, que no se corresponde con los profundos movimientos que se están produciendo en el tablero político vasco. Alfredo Pérez Rubalcaba lanzó aquello de «bombas o votos», con un tono propio de quien exige la capitulación total del enemigo. Y la izquierda abertzale gritó «votos». pero no como señal de desistimiento.

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Iñaki ALTUNA

Cuando la campaña electoral encara su última semana, nadie duda de que el factor central de la misma en Euskal Herria, e incluso en el Estado, lo ha constituido la irrupción de Bildu. No sólo el hecho, sino también la forma en que se ha producido. El qué y el cómo, ambos han sido sumamente significativos. La decisión del Tribunal Constitucional no se produjo como una especie de gracia ofrecida a quien ya sólo le queda agachar la cabeza. Fue tomada, por un lado, pese a la fortísima presión de numerosos estamentos del Estado, del conjunto de la derecha y de grandes grupos mediáticos, y, por otro, en medio de una ola de movilización y entusiasmo popular a favor de su legalización.

Desveló que el Estado, sumido en una crisis estructural en lo económico y en lo político, soporta los males de un gigante contrahecho, y confirmó que en Euskal Herria existe vitalidad suficiente para abordar un nuevo tiempo. Con profundas contradicciones en el modelo territorial, con una crisis económica endémica y con una falta de cultura democrática galopante, el Estado no tiene nada que ofrecer a los vascos más allá del bloqueo permanente, mientras que entre éstos, cada vez de una forma más nítida, se extiende la reclamación de abordar el fondo de los problemas.

El panorama abierto ha hecho crujir hasta resquebrajarse el discurso sobre la derrota del movimiento independentista, cuyas iniciativas políticas de los últimos meses han sido calificadas en demasiadas ocasiones de «insuficientes» y atribuidas, prácticamente siempre, a un estado de necesidad propio, fruto de la extrema debilidad. Se escondía así el análisis hecho por la izquierda abertzale en su debate interno sobre las condiciones políticas y la masa crítica existentes para abordar el cambio político que supere la situación de conflicto irresuelto.

Alfredo Pérez Rubalcaba lanzó aquello de «bombas o votos», con un tono propio del que exige la capitulación total del enemigo. Y la izquierda abertzale gritó «votos», pero no como señal de desistimiento. Ilustrativa la imagen de Ander Errandonea, quien nada más abandonar la cárcel, tras 25 años de cautiverio, desplegó una pancarta solicitando el sufragio para Bildu.

Ya sabemos, pues, qué votarán Errandonea y los suyos. Sabemos también que el primer lehendakari tras la muerte de Franco, Carlos Garaikoetxea, depositará la misma papeleta. Y eso, en sí mismo, tiene mucho de simbólico, puesto que expresa que quienes combatieron, algunos incluso con las armas en la mano, la reforma franquista y muchos de que quienes intentaron gestionarla -y se enfrentaron para ello a ETA- dan por agotado el marco jurídico-político vigente y abogan por alcanzar un nuevo escenario con la vista puesta en la independencia, hasta el punto de forjar una alianza electoral. Resulta algo inédito, a la altura del momento político que vive el país.

Según las encuestas, además de Garaikoetxea y Errandonea, muchos vascos más votarán con idéntica papeleta, y dejarán en evidencia también la ficción recreada con la ilegalización, que sostiene, por ejemplo, que la mayoría de Patxi López es fruto de la voluntad popular.

La farsa ha caído como un castillo de naipes, y por eso se les ha hecho insoportable la fotografía del preso portando la famosa pancarta. Porque si ese hecho se hubiese producido como consecuencia de una derrota, como la que han querido vender durante estos meses los proselitistas de la estrategia represiva, la reacción habría sido diametralmente diferente. Lo expresaba ayer, aunque con otra orientación, el especialista de «El País» para la cosa vasca al escribir que «en otro tiempo, el gesto de Errandonea se hubiera interpretado como un gesto de reinserción social, como una victoria de la política sobre la violencia».

Con todo, para la izquierda abertzale no sería nada aconsejable ni el menor exceso triunfalista. La no derrota no significa la victoria, menos aún si tenemos en cuenta que términos tan absolutos son difíciles de aplicar de forma estática en procesos políticos tan complejos como el vasco.

La cita electoral sí podrá demostrar que su cambio de estrategia era necesario y positivo, en tanto que el recorrido realizado con anterioridad no iba a dar ya más de sí, y debía buscar una salida, no para sí misma, sino para que las condiciones para el cambio político pudiesen liberarse. Y le servirá también para asentar una correlación de fuerzas más favorable para acometerlo. De ahí en adelante, la tarea para quienes están propiciando el llamado proceso democrático será tan ardua como enormes las dificultades. Eso sí, pueden cargarse de gasolina política de muchos octanos, los del respaldo popular.

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