Defender el derecho insoslayable a morir argumentando
Tres enfermos de cáncer, muy distantes entre sí geográfica y personalmente -el histórico ecologista Ramón Fernández Durán, el bloguero Derek K. Miller y el escritor Fritz Zorn-, han utilizado la escritura, primero como arma con la que enfrentarse a la enfermedad y después como terapia con la que poder asumir la propia desaparición.
Juanma COSTOYA | GASTEIZ
El pasado martes fallecía a los 64 años víctima de un cáncer el histórico ecologista Ramón Fernández Durán. El que fuera uno de los fundadores de Ecologistas en Acción se desveló en vida como un hombre polifacético y entregado sin fisuras a las causas que le apasionaron desde sus tiempos de estudiante. La primera de ellas, el ecologismo militante y social, pero también los movimientos de oposición a la Europa de Maastrich, a la OTAN y a la globalización económica.
Ingeniero de caminos de formación, Fernández Durán, Premio Nacional de Urbanismo, publicó en vida más de veinte libros especializados entre los que figuran «El movimiento alternativo en la RFA. El caso de Berlín» y «La crisis social de la ciudad». A partir de sus 40 años, y después de una ruptura sentimental, Fernández Durán decidió reinventar su vida abandonando su plaza de funcionario y optando por la colaboración puntual con diversas universidades estatales como la Carlos III de Madrid, la de Comillas, o la Universidad Internacional de Andalucía, en La Rábida, entre otras.
La muerte no le llegó por sorpresa, ya que llevaba batallando contra el cáncer desde el año 2003. En los últimos meses, con la salud deteriorada pero el ánimo y la clarividencia intactos, optó por renunciar al tratamiento contra su enfermedad. En este tiempo, su primera sesión de quimioterapia fue también la última. Después de doce horas de tratamiento Ramón decidió que optaba por abandonar. En la larga carta de despedida a sus allegados explicaba que decidir la forma en que un ser humano muere era «el último acto de libertad y dignidad que debe tener una persona» y un poco más adelante añadía «una de las decisiones que había tomado era que quería morir en casa, no en un hospital».
Como consecuencia de esta decisión dispuso también que sus restos no fueran conducidos a un tanatorio, espacio que consideraba frío e impersonal, sino que fueran velados en la sede de Ecologistas en Acción. Hasta el último instante se mantuvo activo intelectualmente y, de hecho, el que puede considerarse su testamento político-ideológico, la obra titulada «La quiebra del capitalismo global 2000-2030», fue terminada y corregida en los estadios anteriores a su abandono del tratamiento, mientras estaba sometido a diversas pruebas en el hospital. Otro de sus libros «El Antropoceno. La expansión del capitalismo global choca con la biosfera» fue también revisado y entregado en estos últimos meses de su existencia, tan es así que la presentación de estas dos obras ante el público y los medios tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el pasado 5 de abril.
«Este es mi último post»
Derek K. Miller fue un bloguero canadiense que dejó de existir el pasado 3 de mayo. En su cuenta de Flickr, Derek creó una primera versión de Penmachi-ne.com en 1997 en la que se definía como «escritor, editor, chico de la red, batería y padre». En su blog, Derek insertaba textos que tenían que ver con su pasión por la tecnología, aunque allí también tenían cabida reflexiones personales.
El sentido de su blog cambió de forma súbita el 31 de enero del 2007, jornada aciaga bautizada por él como «Día cero» y en la que le fue diagnosticado el cáncer de colon que le llevaría a la muerte. A partir de ese día, el contenido del blog se fue adentrando, cada vez con más matices, en el calvario que supone la lucha contra una enfermedad tan grave como para condicionar la vida de forma decisiva. Desde el primer momento, Derek asumió la posibilidad cierta de su muerte más o menos inminente y lo hizo desde una perspectiva científica desapegada de cualquier auxilio espiritual o religioso. Su condición de biólogo, especializado en invertebrados, parece estar detrás de una concepción de la vida y de la muerte marcada por el desapasionamiento con que relató su propia agonía.
En su último post, redactado el mismo día de su fallecimiento y destinado a ser subido a la red al día siguiente, podía leerse entre otras reflexiones: «No he ido a un lugar mejor, ni a uno peor. No he ido a ningún sitio porque Derek ya no existe». A pesar de esta apariencia de frialdad, el autor utilizó en su blog el humor como arma con la que sobrellevar su particular batalla contra el monstruo. Un día colgó en él la «Canción de la cirugía colorrectal» localizada en YouTube. Sin embargo, Derek no se engañaba sobre su destino, ni alimentaba esperanzas vanas, como dejó claro en uno de sus post: «Ya no escribo sobre vivir con cáncer, escribo sobre morir de cáncer».
Su última entrega, la que comienza con el impactante «He muerto, este es mi último post», fue seguida por ocho millones de personas. En ella se preguntaba con curiosidad cómo será el mundo a partir de su muerte, qué será de sus hijas y de su compañera, Airdrie, a la que dedica sus últimas palabras.
«Bajo el signo de Marte»
«Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias de la orilla derecha del lago de Zúrich, también llamada de la Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda la vida (.....) Por supuesto, también tengo cáncer».
Con esta impactante declaración comienza el libro «Bajo el signo de Marte», obra inclasificable de Fritz Zorn reeditada por Anagrama dentro de su colección «Otra vuelta de tuerca». Zorn, profesor de español y portugués en su Suiza natal, falleció en 1976 a los 32 años a causa de un linfoma maligno. El autor atribuye su fatal dolencia a una «enfermedad del alma».
Según su interpretación, la educación burguesa recibida no tuvo otro efecto sobre él que la de embridar y anular sus impulsos naturales, lo que, unido a otros condicionantes, como el de su hipersensibilidad, dio como fatal resultado la formación del tumor maligno. En sus propias palabras: «Yo hacía, intuitivamente, el diagnóstico correcto, porque según mi parecer, el tumor estaba formado por lágrimas tragadas. Con lo que quería significar más o menos que todas las lágrimas que no había llorado y no había querido llorar durante mi vida se habían amontonado en mi cuello y habían formado ese tumor porque no habían podido cumplir con su verdadero destino: ser lloradas».
Fritz Zorn comenzó su libro como una terapia alternativa que le permitiera enfrentarse a sus padres, a su entorno privilegiado y a sus propias y profundas contradicciones. La psiquiatría y la escritura se convirtieron pronto en las vigas que trataron de apuntalar, junto a los agresivos tratamientos médicos, el alma y el cuerpo de un joven torturado desde niño por la distancia frente a la vida que le imponía su encorsetada educación, tan elitista como acartonada. En la abundancia de recursos materiales, la comodidad de un hogar y la seguridad de su familia, Fritz Zorn sólo encontró las semillas de un mal que a la postre le llevaría a la muerte a temprana edad.
Cuando su estado se tornó crítico, su última esperanza fue ver su obra publicada. La víspera de su fallecimiento obtuvo la confirmación por parte del editor de que «Bajo el signo de Marte» lo sería finalmente. La escritura fue su gran esperanza en la lucha contra el cáncer, como se deduce de las últimas frases con las que concluye su obra: «Yo todavía no he vencido aquello que estoy combatiendo; pero tampoco estoy vencido y, lo que es más importante, todavía no he capitulado. Me declaro en estado de guerra total».
El ecologista Ramón Fernández Durán optó por renunciar al tratamiento contra su enfermedad. En la larga carta de despedida a sus allegados, explicaba que decidir la forma en que un ser humano muere era «el último acto de libertad y dignidad que debe tener una persona».
La última entrega del bloguero canadiense Derek K. Miller, la que comienza con el impactante «He muerto, este es mi último post», fue seguida por ocho millones de personas. Murió el 3 de mayo. En ella se preguntaba con curiosidad cómo será el mundo a partir de su muerte.
Anagrama acaba de reeditar «Bajo el signo de Marte», del inclasificable Fritz Zorn. El autor atribuye su fatal dolencia a una «enfermedad del alma»: las lágrimas no derramadas durante su vida se le habrían «amontonado en el cuello formando un tumor».
La peste ha formado parte, históricamente, de alguno de los argumentos más lúcidos de la literatura. Desde «El Decamerón» de Boccaccio y el «Diario del año de la peste» de Daniel de Defoe hasta «La peste» de Albert Camus, esta enfermedad ha constituido una agorera metáfora del destino humano.
En los años inciertos de la Edad Media se desconocía su origen, la razón última de la ferocidad de sus brotes, así como las causas de su repentina desaparición. Lo mítico, lo religioso y lo diabólico se mezclaban a la hora de hablar de la peste. Cada sociedad tiene sus propias enfermedades y vencida la peste les llegó el turno al cáncer y al sida como nuevas metáforas del destino.
Con anterioridad a estas pestes novedosas, actuales e invictas, la tuberculosis fue el hilo conductor que permitió a Thomas Mann hablar de la descomposición de una Europa atenazada por el fascismo y el nazismo utilizando la metáfora de un sanatorio alpino en «La montaña mágica». La imagen del tuberculoso ha estado asociada en la literatura a la del ser humano sensible, pálido de rostro, romántico, y en cierta forma, distinguido.
Sin embargo el canceroso representa, literaria y socialmente, al perdedor. Susan Sontag, en «La enfermedad y sus metáforas», recoge las «explicaciones» atribuidas a los tumores malignos que acabaron con Wittgenstein y Freud, argumentando la hipótesis de que el haber reprimido sus instintos toda su vida les había provocado la mortal enfermedad. La autora defiende que las enfermedades empiezan a retroceder cuando se deja de hablar de ellas en susurros, cuando se las publicita y se comparten sus fatales experiencias. La oscuridad es también una metáfora de la enfermedad. J.M.C.