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Agur Capitol

Iratxe FRESNEDA

Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Es casi imposible resistirse a la nostalgia que provocan los buenos recuerdos. Acudir a ver una película, con todo lo que rodea el acontecimiento, suele ser un evento feliz. Al trabajo se acude por necesidad, obligación, por muy «enriquecedor» que sea... Pero al cine, a menos que nos obliguen (a veces sucede), asistimos por placer. Y el cine, a pesar de que nos sitúa en una sala, a oscuras, aunque no suele ser «políticamente correcto» charlar o entablar relaciones sociales, tiene mucho de todo eso y algo más.

Hace muchos, bastantes años, veíamos las películas en los locales de las iglesias o acudíamos al cine del barrio y nos sentábamos en sillas de madera plegables. Las salas «comerciales» estaban en el centro de las ciudades. Había palomitas, regalices, chocolatinas y el ambiente se llenaba del encanto de las conversaciones surgidas tras salir del cine, el encanto de opinar, de discutir, en definitiva, de hablar y relacionarse. Sucedía en el centro de las ciudades, de los pueblos, y las calles cobraban vida cuando acababa la sesión.

Hace tiempo que las salas más céntricas de las urbes van cerrando, como se fueron cerrando lugares de encuentro ya históricos: cafés, teatros... Ahora es casi obligatorio, tener un coche, conducir y acudir a los centros comerciales para entrar en una sala de cine. Y no es lo mismo. Ni las películas escogidas para la cartelera, ni el entorno... El cine Capitol de Bilbo cierra sus puertas para convertirse en una macrotienda. Dicen que ya no vendían entradas suficientes para que el negocio fuera rentable. Me pregunto cuántos recuerdos habrán surgido en él, cuantas historias albergarán sus paredes.

Ps.: Ojalá que los tiempos no puedan con el irreductible cineclub FAS.

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