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Joxean Agirre Agirre Sociólogo

Liquidación por cese de negocio

«El ciclo de la ilegalización agoniza sin remedio», afirma el autor, al analizar las implicaciones del fallo del Constitucional sobre Bildu, que considera como principio del fin, en términos políticos, de un «estado de excepción». «El chollo» termina para securócratas, políticos y prensa diaria que encontraban su muladar en la situación anterior. Y concluye subrayando «la ilusión colectiva» y la «solidaridad de mucha gente» que ha sabido acompañar «este momento histórico».

Nadie piense que me he apuntado al Club Disney si afirmo que el ciclo de la ilegalización, la década del impulso final contra el independentismo vasco, agoniza sin remedio en el aula magna de la razón de estado. En un país sin división de poderes, en donde los máximos tribunales se encargan de elevar a la categoría de axioma las necesidades puntuales de la estrategia contra Euskal Herria, la profunda división proyectada en las salas del Supremo y Constitucional encargadas de dirimir la impugnación de Bildu, pone de manifiesto el agotamiento de un ciclo. El principio del fin, en términos políticos, de un estado de excepción sustentado sobre la exclusión y la supresión radical de derechos de un importante segmento de la sociedad vasca, y sobre la alteración fraudulenta de la representatividad en todas las instituciones del país.

Hay quien se sorprenderá de la afloración voluptuosa de tamañas contradicciones en el corazón del estado cuando, en apariencia, las sentencias del Tribunal de Estrasburgo, el alto grado de sintonía PP-PSOE y la fanatización de la opinión pública española, daban pie a pensar en un interminable No-Do posfranquista. A decir verdad, el resquebrajamiento y falta de recorrido del «todo es ETA» no hubiera sido posible de no ser por la nueva estrategia política de la izquierda abertzale, que en poco más de dos años, ha sido capaz de presentarse frente a la sociedad vasca como un referente central de una fase que vendrá caracterizada por la ruptura de los equilibrios políticos e institucionales tradicionales.

Después de más de tres décadas de dura refriega con los valedores de la estafa constitucional, despunta con fuerza el único gestor posible del cambio político y social en Euskal Herria. La insurrección pacífica, la eficacia de la complicidad, la ruptura radical con la tradición banalizadora de la política, van a articular un polo hegemónico dentro del espectro político de Euskal Herria. La inquebrantable voluntad de impulsarlo pase lo que pase, responda el estado como responda, ha hecho que la vieja estrategia de los halcones constitucionalistas se manifieste impotente. Gracias a ello, la próxima década vendrá marcada por la centralidad de la oferta soberanista. El camino hacia la independencia se hará visible en los próximos diez años.

Aparentemente ajenos a estas reflexiones, esta semana visitaron mi barrio los principales candidatos del PSE por Gipuzkoa. El reparto de rosas y programas de mano se veía oscurecido por una siniestra cohorte de guardaespaldas desplegada a su alrededor. Vistos desde la ventana, Miguel Buen y Rafaela Romero parecían rehenes involuntarios de una «performance» provocadora: decenas de pistolas aferradas a un escenario en el que la única protección que ejercen es la de sus intereses, sean corporativos o sean los de mantener a toda costa una mayoría institucional ilegítima. Coincidiendo en el tiempo, policías de incógnito siguen los pasos de varios vecinos imputados en causas diversas. Nos escudriñan desde los portales, ensayan sus ridículas poses de academia en casi todas las esquinas del barrio, y, de vuelta al despacho, escriben sus informes periciales para impugnar, procesar, acusar o desencadenar nuevas operaciones policiales. Necesitan de una guerra para justificar sus salarios, a sabiendas de que, más tarde o más temprano, un ERE fulminante va a afectar al ámbito de los securócratas. El peso específico de esa posición dentro del Estado empieza a tambalearse, pero no es ése el único ámbito de poder que acusa el desgaste.

La clase política vasca vive unos días de zozobra tras conocerse que Bildu concurrirá a las elecciones del próximo domingo en una relativa igualdad de condiciones. La escuálida retórica de la «oposición a la Ley de Partidos» va a verse confrontada por la sólida aritmética de los resultados, o, dicho de otra manera, por la voluntad popular expresada sin exclusiones. Y en ese contraste entre el agua helada y el agua caliente, más de uno va a salir del trance en estado hipotérmico. Los intereses creados, la evidente ansiedad por seguir aferrados al cargo y sueldo públicos, el contrabando de ideas y de mensajes, la búsqueda del abrigo bajo la manta jelkide, han sido la seña principal de identidad de algunos fenicios de la política en este país. Les queda poco más de una semana para empezar a repartir curriculums; de hecho, ya están limpiando de enseres personales los cajones de sus despachos.

La prensa diaria acostumbrada a fajarse contra el independentismo vasco con el espíritu guerrero del Duque de Ahumada se siente igualmente con el agua al cuello. Tertulianos, columnistas, insultadores, enviados especiales, directores de proyectos inviables, subvencionadores de la mentira, todos y todas, braman contra sus jueces, dudan de la hombría de Mariano Rajoy, y, los que pueden, corren a reconvertirse en correveidiles del famoseo o en responsable de prensa de alguna asociación de víctimas. La pugna por sobrevivir en el sector tendrá que recurrir a otros iconos y carroña.

Advierto también intranquilidad en sectores de la progresía fragmentadora, ésa que encadena pretextos a perpetuidad para no comprometerse, pero que lleva décadas comiendo de las migas que caen de los manteles de los ayuntamientos, diputaciones y departamentos de Lakua. Se llenaban la boca achacando a la izquierda abertzale falta de tolerancia y respeto a la pluralidad existente en las sociedades modernas, y cuando las tornas han cambiado, se declaran preocupados porque no acabemos de asentar nuestro discurso en la ética democrática y en el respeto de los derechos humanos. Por lo visto, los supervivientes de mil naufragios políticos se aferran a la patrimonialización de esas virtudes universales. Tal vez hayamos sido ingenuos al requerir la adhesión de algunas redes sociales aferradas a la cultura del «chiringuito», pero, en cualquier caso, la auténtica solidaridad recabada ha sido crucial en el cambio de ciclo. Cuando el estado prescinda de la «quinta columna», bastantes persianas caerán sin ruido.

La noche del 5 de mayo estuve, junto a miles de personas, en el Arenal de Bilbo. Allí se respiraba por todos los poros la ilusión colectiva que algunos niegan, y la solidaridad de mucha gente que, sin ser de la izquierda abertzale, ha sabido acompañar este momento histórico con un compromiso democrático sin precio. Traje a mi recuerdo a todas las víctimas de la ilegalización, del Derecho penal del enemigo, de la represión contra el movimiento juvenil o pro-amnistía, y me dije que, una vez conseguido lo que parecía imposible -cambiar de ciclo, romper con la inercia- ahora hemos de afrontar lo más difícil: alcanzar un marco democrático y convencer a la mayoría de que nuestro proyecto es el mejor. En diez años veremos los frutos.

Asociaciones de guardaespaldas, fundaciones de renta fija, insolidarios sin-fronteras, cronistas del Apocalipsis, empresarios de la seguridad, políticos troquelados con tarjeta Visa, el chollo toca a su fin. Colgad el cartel de «cerrado» y no busquéis un posible traspaso. Ya no hay espacio para ese negocio.

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