(...) todavía tenemos un respeto reverencial hacia los políticos (...).

Los políticos a su vez, sigue, tienen pánico a los aparatos de sus partidos, que son los que les pueden quitar el sillón al mínimo desliz. Lo que significa que estamos igual que cuando reinaba Franco: con un temor infinito a la superioridad, lo cual es democráticamente deleznable.

Las cosas deberían ser al revés: los políticos deberían tener un respeto reverencial a los ciudadanos, que son los que les van a confirmar o a quitar de su puesto. Sin embargo, nos toman por tontos y nos faltan al respeto (...). Y no te digo nada los partidos, que actúan como si fueran poderes fácticos. Otra cosa es que los que se dediquen a la política, con su ejercicio, adquieran autoridad por sus valores sociales y su quehacer, pero visto lo que tenemos por aquí, de eso no hay nada.

¿Y hay solución? Pues sí: cambiando el sistema electoral. Los partidos se han convertido en maquinarias autoritarias y corruptas que impiden que quienes tienen capacidad o vocación de servicio puedan llegar a los cargos públicos (...).