Análisis | movimiento 15-m
La autoorganización de la desobediencia
El pueblo está retomando de nuevo el espacio físico de la comunicación y la protesta. Una incipiente autoorganización que se realiza desde una base no experimentada, pero con el apoyo logístico de un movimiento ciudadano que ayuda, pero no dirige.
Jakue PASCUAL Sociólogo
La ciudadanía está retomando en el Estado español el espacio de la comunicación y la protesta mediante una incipiente autoorganización y el uso de redes sociales y medios contrainformativos para expresar su indignación por la depredación financiera que le toca costear y exigir democracia real.
Keny Arkana entona «La Rage», el rap de la cólera. Habían estallado las periferias francesas, sensibles a los rápidos desequilibrios que estaba produciendo el neoliberalismo. La explosión griega anticipaba la quiebra de un sistema basado en la depredación y el despilfarro. Los estudiantes británicos se encaraban con la Corona en protesta contra las abusivas tasas académicas. Y el pueblo islandés se plantaba desobediente exigiendo el pago de la deuda a los culpables de la estafa y abría la insumisión a los pueblos de Europa.
¿Qué sucedía en el Estado español? La gente miraba el fútbol. Pero la crisis provocada por el timo de la estampita financiero, la colaboración política en la extorsión pública y las medidas antisociales adoptadas por el Ejecutivo Zapatero ha terminado por desbordar su paciencia, en especial la de la cohorte generacional que va de los 25 a 35 años de edad que directamente se ha quedado sin futuro, con unos sueldos de mierda, cuando los tienen, y con la vida hipotecada. Unas medidas antisociales que, además, han atacado frontalmente al endeble entramado asistencial del cual dependen directamente los jubilados y las capas sociales desfavorecidas.
Los que conocimos la crisis de los ochenta, que desplegó en el fin de la era analógica el contrapoder alternativo, en lo que fue la última batalla social de la modernidad, ocupamos espacios para autogestionar nuestro excedente de tiempo y utilizamos vehículos de expresión propios del momento, como eran el rock radical, las radios libres o los fanzines. Pero éramos una generación que se había socializado en movimientos de base como los comités antinucleares, pro-amnistía, las asociaciones de vecinos, el antiOTAN o la objeción colectiva.
La crisis de la era digital es diferente. Antes la basaron en los costes de producción-salario y ahora es un problema de depredación financiera pura y dura que costeamos todos los contribuyentes para sufragar a los ladrones. Y es aquí, en plena era de la telefonía móvil y de los ordenadores personales interconectados en redes sociales donde aparece la nueva respuesta.
Hasta ahora el debate era si las redes eran capaces de hacer descender a la calle la protesta y la autoorganización que se establecía en el ciberespacio. Hemos comprobado que sí. Una nueva generación, poco bregada en el asamblearismo, se ha encontrado de la noche a la mañana sumida en la lucha por la supervivencia y ha recurrido instinti- vamente a las herramientas de que dispone para comunicarse, expresarse autónomamente, intercambiar en la red contenidos de circulación libre y autoorganizarse por primera vez en la calle.
Cualquiera con un ipod puede colgar en youtube el video de una protesta o compartir en facebook o tuenti un manifiesto o una convocatoria, confeccionar un cartel original o autoproducir una canción. Y, además, los datos sobre el número de usuarios indican que el uso de las redes sociales se halla totalmente extendido.
En abril se anunciaron en las redes sociales y en medios contrainformativos como Rebelión, el periódico «Diagonal» o Kaos en la Red, la puesta en marcha en Madrid de una iniciativa aurtoorganizada al margen de partidos y sindicatos y muy relacionada con medios universitarios, el movimiento ciudadano y la nueva autonomía. La protesta se dirigía desde una cohorte generacional abocada a la temporalidad, sin derecho constitucional a la vivienda y a una pensión digna y que exigía que se restituyeran tales derechos. Apoyándolos personalidades del mundo académico, de la cultura e incluso premios Nóbel.
¡Toma la calle! Era la consigna. «Nos habéis quitado demasiado, ahora lo queremos todo». Así, la Juventud Sin Futuro realizaba un llamamiento para apoyar en todo el Estado la convocatoria de tomar las plazas, que había efectuado la plataforma Democracia Real Ya: «...para demostrar que esta crisis no vamos a pagarla, que el futuro es nuestro y vamos a recuperarlo». Mientras que, entre medio, la desobediencia virtual se disparaba en respuesta al fallo del Supremo de ilegalizar a Bildu, plasmándose en las concentraciones que se formaron para aguardar el fallo del Constitucional.
«¡Exigimos democracia real ya!» Cita el Movimiento 15 de mayo. «¡Pásalo! Ocho consejos para hacer que la manifestación sea un éxito sin precedentes». «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros», «El pueblo unido funciona sin partidos», «Nuestro dinero no es para el banquero» y «Si seguís con ésa, haremos la islandesa». En sesenta localidades de todo el Estado se ocupan las plazas y se acampa en el espacio público en señal de protesta.
Ya no hay distancia entre las redes y la calle. El pueblo está retomando de nuevo el espacio físico de la comunicación y la protesta. Una incipiente autoorganización que se realiza desde una base no experimentada, pero con el apoyo logístico de un movimiento ciudadano que ayuda, pero no dirige. ¡Autoorganízate y desobedece!