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INTERVENCIÓN MILITAR EN LIBIA

Incertidumbre y zonas de sombra

El conflicto en torno a Libia ha sido situado por Occidente en el centro de la compleja y contradictoria coyuntura que se vive en los países árabes. Pero ello no ha hecho sino abonar toda una serie de incógnitas y preguntas que sobrevuelan el escenario bélico forzado por EEUU y sus aliados aprovechando la carta blanca que les concedió la resolución 1.973 de las Naciones Unidas.

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Txente REKONDO

Gabinete Vasco de Análisis Internacional

El escenario libio nos deja noticias sobre explosiones en Bengasi y los continuos ataques aéreos sobre Trípoli por parte de las fuerzas extranjeras (los bombardeos más intensos desde que comenzó el conflicto y que según observadores neutrales han ocasionado decenas de muertos civiles). Todo ello en una amalgama en la que destaca la ausencia de noticias contrastadas, sobre todo las que guardan relación con las violaciones de los derechos humanos y las muertes de civiles en la que emerge, con inusitada claridad, el rechazo por parte de las fuerzas rebeldes y de la OTAN a cualquier salida negociada al conflicto y a un alto el fuego, medidas aceptadas por Gadafi.

A día de hoy sigue sin conocerse mucho sobre los rebeldes. El eje central que parece que les une es su oposición a Gadafi, pero más allá de eso todo son incertidumbres sobre ese heterogéneo movimiento armado.

Es precisamente esa una de las «características» del conflicto. Desde el primer momento nos encontramos con un alzamiento armado de una parte de su población para derrocar al régimen, y que a diferencia de las protestas pacíficas de otros estados vecinos, donde los muertos civiles se cuentan por cientos (Yemen, Bahrein, en su momento en Túnez o Egipto) ha contado con una sospechosa participación occidental desde su mismo origen.

La hoja de ruta propuesta por la Unión Africana (UA) para encauzar el conflicto a través de una salida negociada se ha encontrado con el frontal rechazo de los rebeldes y sus aliados occidentales. Para los dirigentes africanos no hay solución militar. Defienden una negociación sin precondiciones (los rebeldes exigen la salida previa de Gadafi), y como punto de partida un alto el fuego que facilite la protección de la población civil (algo que no ocurre en el actual escenario bélico).

Asimismo, el plan de la UA apuesta por «un periodo de transición inclusivo que facilite las reformas solicitadas por la población libia, y un gobierno de unidad nacional», y si bien no descarta la salida inmediata de Gadafi del poder, tampoco a acepta como prerrequisito.

Algo que llama la atención son los argumentos utilizados por los rebeldes y sus aliados para rechazar una salida dialogada. Por un lado, afirman que Gadafi no cumple sus acuerdos, algo que es falso como bien han podido contrastar las cancillerías europeas estos últimos años a través de todos los acuerdos que han firmado con el dirigente libio. Y por otra parte, dicen que la UA es partidaria del coronel libio, algo que no se sustenta en la realidad.

Ante la apuesta por el uso de la violencia por parte de la OTAN
, algunos analistas encuentran algunos paralelismos con la acción de esa agencia militar en Kosovo a finales de los noventa. Ahora como entonces, la alianza atlantista estaría buscando «desgastar al régimen en Libia, erosionando el prestigio local de Gadafi, utilizando para ello los bombardeos aéreos, el uso de pequeñas unidades de operaciones especiales y armando y entrenado a las fuerzas rebeldes». Otros informes destacan el oscurantismo que rodea a los ataques de la OTAN (sobre los objetivos, los participantes y su «eficacia»). En línea con esos argumentos también se apuntan a los verdaderos intereses que mueven esta campaña militar, el control del petróleo libio y el uso de la guerra como teatro de operaciones en la carrera de venta de armamento.

Y en esa estrategia despunta  claramente el Estado francés. El rápido reconocimiento de los rebeldes por parte de París, la promesa por parte de los primeros de un trato privilegiado en el futuro con los dirigentes franceses, y sobre todo la apuesta de Sarkozy para lograr desbancar el avión militar Typhoon y sustituirlo por el Rafale. Las pruebas «sobre el terreno», si fueran exitosas, abrirían las puertas a suculentos contratos para la industria armamentista francesa.

Desde Occidente se sigue apostando además por salidas a corto plazo, anteponiendo siempre su agenda de intereses. Cuando para algunos parecen que se apagan los ecos de la primavera árabe, para otros se avecina un «verano muy caliente». Los movimientos propagandísticos de Obama en torno a la región, el futuro del pueblo palestino (acuerdo entre las diferentes organizaciones y posible reconocimiento de la ONU en setiembre), las elecciones de junio en Turquía, el conflicto en Afganistán y Pakistán, o el peligroso precipicio al que se aboca a Yemen, son algunos temas que sin duda condicionarán los próximos meses el panorama internacional.

Y en esa coyuntura el escenario libio no presenta una situación que deje mucho margen para la esperanza
. Incluso una caída de Gadafi no garantiza la estabilidad del país y amenazaría al conjunto de la región, sin olvidar que la posibilidad de una guerra civil tendría consecuencias directas sobre la población civil, y abriría un escenario de migraciones masivas que buscarían en suelo europeo una salida a la crisis humanitaria, y sobre todo un grave problema para «la fortaleza europea», como hemos podido atisbar a pequeña escala estas semanas.

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