Crítica | Teatro
El truco
CARLOS GIL
Bárbara Bañuelos lleva varios años investigando sobre las convenciones teatrales, ese contrato unilateral entre el emisor y el receptor, que va construyendo una manera aparentemente inamovible de afrontar el hecho teatral. Ella y su equipo tienen una especie de misión: descubrir el truco. O, al menos, acercar a los espectadores las entretelas del propio acto, aquello que damos por hecho, donde depositamos nuestra confianza y desde donde se nos aturde con ese cambio entre verdad y mentira.
Vuelven con sus materiales más queridos: acción de camuflaje y disfraz por parte de los espectadores más participativos, juego directo a partir de dibujos realizados por los propios espectadores que después son interpretados como mensajes establecidos sin palabras ni números, doblaje paradójico en traducción simultánea divertida de unos vídeos de marcado contenido sensual o de sexo explícito y un fundido final de las imágenes del público disfrazado como cortes de apoyo a otra proyección erótico-sexual. Todo ello sin apenas vinculación emocional, como si estuviéramos ante dos forenses, dos lectoras de manos o descifradoras de jeroglíficos.
Después de haber visto varias de sus actuaciones, performances, encuentros, acciones o representaciones, además de sentir un cierto placer por manejarse en lo conocido, la duda se vuelve abismal: ¿para qué? Se comprende la propuesta, la manipulación consentida, la interpelación personal, el truco, pero ¿hay alguien o algo más detrás del juego? Quizás no importe.
Vuelven con sus materiales más queridos: acción de camuflaje y disfraz por parte de los espectadores más participativos, juego directo a partir de dibujos realizados por los propios espectadores que después son interpretados como mensajes establecidos sin palabras ni números, doblaje paradójico en traducción simultánea divertida de unos vídeos de marcado contenido sensual o de sexo explícito y un fundido final de las imágenes del público disfrazado como cortes de apoyo a otra proyección erótico-sexual. Todo ello sin apenas vinculación emocional, como si estuviéramos ante dos forenses, dos lectoras de manos o descifradoras de jeroglíficos.
Después de haber visto varias de sus actuaciones, performances, encuentros, acciones o representaciones, además de sentir un cierto placer por manejarse en lo conocido, la duda se vuelve abismal: ¿para qué? Se comprende la propuesta, la manipulación consentida, la interpelación personal, el truco, pero ¿hay alguien o algo más detrás del juego? Quizás no importe.