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Josu Iraeta Escritor

Señorías, 315.000 son muchos terroristas

Debemos y tenemos que exigir ser respetados como lo que somos: vascos, abertzales y de izquierdas, sin necesidad de variar un ápice nuestras convicciones y proyectos. No se trata pues de permitir o no, sino de reconocer y respetar la validez y el respaldo del voto de todos los ciudadanos

En los últimos meses hemos sido testigos de diferentes movimientos, encuentros y negociaciones en el cada vez más amplio espectro político abertzale. Sin embargo, el resultado de esos movimientos no concluye como debiera. Aunque no se podía esperar otro.

Y es que, teniendo presente las veladas y no tan veladas acusaciones y desmentidos a los que nos tienen acostumbrados quienes en la última década se pretenden abanderados de la «etnia democrática», el resultado difícilmente podía ser otro.

De todas formas, en la raíz de estos desencuentros hay mucho más de economía que de antagonismo, y eso sólo se cura con dinero. No es más que un corto capítulo que no merece mayor estimación. Hay que seguir.

Son muchos los años de lucha y sacrificio, y es mucho el dolor acumulado. Esto quiere decir que en la izquierda abertzale no estamos por esperar la llegada de otra fase de la historia para que la construyan generaciones menos egoístas que las actuales, por eso trabajamos en todos los frentes por convencer a la sociedad que debe sumarse al cambio. Y ese cambio está en nuestras manos, la sociedad vasca lo ha refrendado y este refrendo debe ser respetado. Nos aproximamos, es cierto, pero hay que seguir y seguir.

Para ello no podemos optar por hacernos «sólo» intérpretes del reconocimiento del que sufre, no basta. Los hogares se vacían, la miseria se extiende, la angustia se extrema. En las últimas décadas, miles de ciudadanos vascos han sido deportados a prisiones lejanas y muchos más están siendo abandonados, lejos de sus puestos de trabajo. Éste es el motivo principal del cambio.

La historia nos ha demostrado que pretender que las relaciones sociales se organicen de modo que se pueda desarrollar la personalidad e identidad de todos no se consigue dando «vía suelta» a los intereses privados. De este modo nadie asegura la justicia, puesto que los órganos democráticos de decisión son sustituidos por grupos de interés económico-político. Es lo que está ocurriendo en el Estado español. El poder de estos grupos aumenta en la medida en que disminuye el control democrático sobre ellos.

Lamentablemente, aún siendo conscientes de lo que ocurre, hoy muchos vascos emplean sus fuerzas y su tiempo en el largo y enfermizo enfrentamiento interno, lleno de pasiones e intereses personales. Ahora, cuando cumplir una ley tras otra no hace sino alejar la democracia. Cuando la Administración española, olvidadiza e irrespetuosa, amenaza nuestro futuro, es el momento de apuntalar el cambio.

Todos los patriotas vascos, sin distinción de credos, partidos, condición ni origen, debemos plantarnos juntos para decir: «No pasarán». Debemos aflorar lo que en cada uno de nosotros está por encima del interés personal y el vaivén de los partidos, y eso no es otra cosa que la necesidad. Ceder ante el interés general. Aquello que Roma llamaba res publica, la cosa pública. Este sentimiento es el patriotismo.

La patria no es un simple conjunto de individuos o de familias que habitan en un mismo territorio, que sostienen relaciones más o menos estrechas, de vecindad o de negocios y rememoran los mismos recuerdos. La patria es mucho más que eso.

De todas formas, siempre hubo -y hoy también los hay- quienes contra la lucha y el enfrentamiento inventan cálculos mezquinos. Comercian sin rubor con los derechos de conciencia, olvidando que son soberanos, mirando a otro lado y accediendo en silencio ante el poder colonial que está esgrimiendo el Gobierno español para con Euskal Herria. Sepan todos ellos que los vascos no les debemos ni estimación, ni afecto ni obediencia.

Por sí mismos, los actos y decisiones de la Administración pública del agresor carecen de vigor. La autoridad legítima ratifica tácitamente aquello que justifica el interés general, y sólo de esta ratificación les viene todo su valor jurídico.

No podemos, pues, ni debemos admitir a nadie que con su homologación permita que seamos tolerados. Eso es indignante. Nada importa que lo exijan insignes demócratas como Barcina, Pastor o López. Debemos y tenemos que exigir ser respetados como lo que somos: vascos, abertzales y de izquierdas, sin necesidad de variar nuestras convicciones y proyectos.

No se trata, pues, de permitir o no, sino de reconocer y respetar la validez y respaldo del voto de todos los ciudadanos.

Seguro que al escucharlo les duele el oído, pero todos, unos y otros, deben tener presente que hoy los vascos que pretendemos un nuevo marco de relaciones con el Estado español estamos en condiciones de plantear con rigor el final de un ciclo político.

Soy consciente de que por citar a Marx, simplemente por el hecho de citarlo, el «pensamiento» neoliberal vigente se siente incluso estimulado ante mi irreverencia intelectual, pero lo cierto es que el renovado pero viejo «capitalismo popular» preserva y desarrolla el dominio de las minorías -exactamente igual que hace un siglo-, conjugándolas con democracias formales, como la española, que activan un estado mínimo en lo económico y social y máximo en lo policial y represivo.

Dicho esto, ¿quizá alguien se siente estimulado al debate?

Permítanme finalizar plasmando el pensamiento de un insigne cordobés como Séneca: «En el poder, con los pasos con los que se llega a la cima, se retrocede».

Pues eso.

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