Análisis | Revueltas árabes
La crisis en Yemen entra en una nueva y peligrosa fase
Los enfrentamientos entre fuerzas leales al régimen de Saleh y una de las tribus más poderosas del país, la confederación de los Hashed, hacen planear sobre el ya de por sí complejo escenario yemení el fantasma de la guerra civil.
Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional
En el poder desde 1978, Saleh ha sabido mantenerse firme en todos estos años gracias a la propia estructura tribal del país. En Yemen las redes tribales han creado un sistema donde se ha primado a los líderes de los clanes, en ocasiones por encima de las propias instituciones gubernamentales, y han dotado a las principales tribus del país de un amplio poder de decisión y de control. A ello hay que añadir además, la habilidad del propio Saleh para tejer, a través de donaciones económicas, las fidelidades tribales.
La corrupción y las luchas por el poder conviven con una población muy joven (media de edad de 18 años), pero que cada vez tiene menos expectativas de futuro (el paro es la norma) y asiste cansada a su marginación de todos los ámbitos de poder.
Hasta ahora Saleh ha podido aprovecharse del apoyo de las tribus o de su neutralidad, pero las cosas han ido cambiando, hasta llegar al enfrentamiento abierto, que ha tenido su colofón con el ataque de las tropas gubernamentales contra el campamento de la familia al-Ahmar en Sana´a. Para algunos analistas esta situación se había venido fraguando en estos meses, y era cuestión de tiempo que algunos actores tribales moviesen ficha. Sin embargo, otros opinan que esta maniobra puede obedecer a una planificada estrategia del presidente actual.
Con este ataque, Saleh podía buscar esa imagen de enfrentamientos, y hacer que el peligro de guerra civil se asome en el escenario yemení. En el pasado ha venido utilizando la bandera del miedo a una supuesta oportunidad que para al Qaeda supondría su salida del poder, y visto que esa teoría no ha resultado muy creíble para sus hasta hace poco aliados (tanto locales como extranjeros), habría optado por esa otra escenificación.
La importancia geoestratégica de Yemen entraría en los ejes de este plan. A nadie se le escapa que un país envuelto en el caos o en una guerra civil podría repetir el escenario que se vive a día de hoy en Somalia, y poner en serios aprietos el ya de por sí peligroso tránsito marítimo en la zona. Sin olvidar los efectos desestabilizadores que generaría en las vecinas cleptocracias de la Península Arábiga, así como la ocasión que se le brindaría a organizaciones como al Qaeda de la Península Arábiga (esperando siempre aprovechar el caos) y los aprietos para la estrategia «contra el terror» estadounidense.
El peso de la familia al-Ahmar es otra de las claves. El líder de la confederación tribal, Seikh Sadek al-Ahmar ha decidido responder al ataque de Saleh movilizando a sus importantes fuerzas, que además cuentan con importantes apoyos en otros sectores del Estado. El padre del actual líder, fallecido en 2007, fundó el partido islamista Islah, uno de los más importantes de la oposición, en la actualidad dirigido por otro hermano de Sadek, que además de ser un importante empresario, cuenta con muy buenas relaciones con Arabia Saudí y otros círculos islamistas locales. Otro hermano dimitió en febrero de las filas presidenciales, tras las matanzas contra la población civil, lo que evidencia la imbricación de la familia al-Ahmar en todos los ámbitos de poder.
La pugna por hacerse con un papel predominante en el nuevo escenario y asegurarse el apoyo de sus poderosos aliados, otrora apoyos que tenía el actual presidente Saleh, puede empujar a Sadek a forzar más la situación. El acuerdo propuesto por el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), el pronunciamiento de Obama señalando que «Saleh debe transferir inmediatamente el poder» son síntomas de hacia donde puede ir la situación yemení.
Por su parte, el presidente Saleh, consciente de que el tiempo corre en su contra y que las grietas entre los hasta ahora fieles apoyos (locales y extranjeros) se acentúan, podría estar forzando la situación para lograr un acuerdo que garantice su inmunidad, visto sobre todo lo que está aconteciendo a la familia Mubarak en Egipto, por eso tal vez su tono desafiante.
En este escenario hay otro actor que está siendo relegado intencionadamente. Desde hace casi tres años, jóvenes activistas yemeníes se han venido concentrando cada martes frente al palacio gubernamental en demanda de reformas, libertad de prensa y la libertad de los presos de conciencia. Relacionados a través de redes como Facebook, esos movimientos han sido el germen, poco organizado y con importantes carencias, de las movilizaciones de este año.
Según han ido tomando protagonismo y peso, su discurso se ha vuelto «peligroso» tanto para el Gobierno como para la oposición tradicional en torno a la Unión Conjunta de Partidos (JMP). En ese contexto hay que situar también los movimientos provenientes desde las cleptocracias del CCG y de EEUU, temerosos tal vez de que estos jóvenes (con una importante participación de mujeres) hagan saltar por los aires el panorama controlado yemení.
Las divisiones internas, el déficit organizativo y las dificultades para hacerse oír en los principales medios locales tampoco han ayudado a la hora de articular esta nueva alternativa. Su rechazo a las propuestas «continuistas» (aunque sin Saleh) del CCG y sus valedores locales y occidentales, han acentuado ese intencionado olvido.
La actual foto yemení nos muestra las pugnas y divisiones entre actores y proyectos. Las tribus, los militares, los islamistas, la oposición «oficial», el movimiento juvenil, presentan cada uno sus proyectos y sus carencias, y algunos de ellos están dispuestos además a apostar por todas las vías posibles para hacerse con la situación privilegiada que les permita controlar el futuro del país.
Los nubarrones de una nueva guerra civil se vienen a unir a las otras tres crisis que conviven a día de hoy en Yemen. La rebelión de los Huthi (chiíes) en el norte del país, el movimiento secesionista del sur (cada día mejor organizado, más fuerte y con mayores apoyos), y finalmente al Qaeda, dispuesta a condicionar la situación y a mantener su estrategia de jihadismo transnacional.
Los próximos días se aclararan algo las cosas, y veremos si el actual impasse se soluciona a través de negociaciones, que podrían garantizar la salida de Saleh a cambio de garantizarle la impunidad para él y los suyos, o si por el contrario el proyecto de «transición controlada» salta por los aires y la guerra civil, con sus inesperadas pero seguras consecuencias locales, regionales e internacionales, se adueña del panorama yemení. En cualquier caso, Yemen lleva muchos años al borde un de peligroso precipicio.