Artemio ZARCO, ABOGADO
Ellos
Ellos son los políticos profesionales, a los que Zarco se refiere en su artículo para destacar la incompetencia de los mismos. Incompetencia tanto a la hora de prever una crisis demoledora como posteriormente, a la hora de salir de ella. Su mayor obsesión, según el veterano abogado, es salir reelegidos por otros cuatro años. Zapatero, Rajoy, Aznar... son algunos ejemplos que refuerzan la tesis del artículo.
Nuestros políticos profesionales han mostrado una vez más lo que son: incompetentes para prever lo que se nos venía encima, incapaces para luego remediarlo o aliviarlo.
Con la satisfacción sonriente del tendero que ofrece en su elegante tienda las delicatessen del mercado de la abundancia, no tenían ningún pudor en mostrar su satisfacción interpretando el falso papel de quien contribuía con su esfuerzo y su experiencia a la sociedad del bienestar.
Ahora nos vamos enterando de que ni vislumbraron lo que se avecinaba, tan entretenidos como estaban en la autocomplacencia, en conservar el puesto y en echarle la culpa de los contratiempos no previstos al otro comensal que se sienta en la misma mesa del poder.
Igualmente nos enteramos de que no tienen ni idea de cómo salir del atolladero, pendientes de la Escuela de Chicago y otros colegas generalmente americanos, que en los congresos y conferencias llevan colgados del cuello sus títulos de máster como si fueran salvoconductos celestiales, todos ellos peligrosos oráculos neoliberales que tras una apariencia de sabios conocedores de la ciencia económica, esconden reaccionarios viscerales que entienden por libertad la de poder exprimir al pueblo y por democracia la buena disposición del pueblo para dejarse exprimir. En definitiva, nos transmiten sus evacuaciones económico ideológicas como si fuera un honor ser exprimidos por gente tan ilustrada y progresista.
Libertad y democracia que en tales manos nos va a llevar a una economía de guerra con racionamientos y colas del pan si alguien no pone remedio al ejército de parados atrincherados en la desesperanza.
En manos de políticos que alternando sus sonrisas a los exprimidos y sus improperios a los del otro partido, se levantan cada mañana con la cabeza repleta de vaciedades, el futuro que nos espera está en manos del destino y la solución en las del azar. Lo que no está es en manos de nuestros políticos profesionales, que bastante tienen, obsesionados con salir reelegidos por otros cuatro años para el propio alborozo y el sustento de su familia.
En un rápido repaso de los más destacados políticos que nos conciernen, Zapatero me resulta un señor patético por exceso tal vez de sencillez. Que le emocione el que, según las estadísticas, el paro se haya reducido aunque sea mínimamente porque alguien ha resultado contratado por unas horas como camarero en Mallorca en Semana Santa para servir un café con leche a un turista angloparlante no deja de ser conmovedor. Un poco más y nos va a emocionar cuando nos hable del veloz mendigo que le limpia los cristales a un coche aprovechando la parada del semáforo. Es capaz de atribuirle iniciativa empresarial propiciada por las medidas que el Gobierno ha tomado.
Claro que pedirle a Zapatero soluciones algo más imaginativas que la de apretarse el cinturón es parecido a lo de pedirle peras a un geranio.
En cualquier caso, debo reconocer que Zapatero me irrita a menudo cuando repite como si se tratase de un mantra que las medidas tomadas son las adecuadas y que vamos a salir, etc... En definitiva, confío en él más bien poco.
Y sin embargo, aunque superarlo resulte emocionalmente difícil, Rajoy me irrita todavía más. En tiempos de González, Aznar y los suyos le repetían ad nauseam que se fuera. Ahora le repiten a Zapatero la monserga de que convoque elecciones, que viene a ser lo mismo. Salpicando a su alrededor con sus eses líquidas, Rajoy se dirige a los afiliados como el profeta que clama en el desierto a su pueblo, los dos brazos en alto, gritando por tres veces la palabra maldita: «paro», «paro», «paro», para a continuación vociferar a los espacios el remedio «cambio», «cambio», «cambio», bien entendido el cambio sustitutorio del inútil Zapatero para poner en su lugar al maravilloso Rajoy.
Ese tic de Rajoy, que emplea con alguna frecuencia, de repetir tres veces la palabra clave tiene algo del trisagio sacramental alabando al Señor al final del prefacio de la misa: Sanctus, Sanctus, Sanctus.
A lo mejor, sin ser consciente, está ensayando un proceso de autocanonización, primero política, luego religiosa para que cuando el advenimiento de la parusía anuncie el fin de los tiempos, pueda sentarse a la diestra de Dios. Así se explica mejor lo considerados que, a nuestra costa, son todos los políticos con la Iglesia, y es que uno de sus ojos, el izquierdo, mira a la tierra, mientras que el otro mira al cielo. Pero no derivemos, que nos vamos a perder. Volvamos al Sr. Rajoy empeñado en salvarnos por lo menos de los contratiempos terrenales.
Ante su insistencia, concedámosle a Rajoy una gran preocupación por el paro, paro, paro, pero no dice qué va a hacer para remediarlo. En lugar del consabido apretarse el cinturón, tal vez, pregunto: ¿van a hacer los del PP voto de pobreza? O, como Jesucristo, ¿Rajoy va a decirles a los de su alrededor: «dejad todos vuestros bienes y seguidme»?
No estaría mal, pero que nada mal, que a partir de ahora en los estatutos del PP se estableciera que sus afiliados entregarán todos sus bienes a una fundación (que no sea la FAES) para con su producto socorrer a los parados.
En este punto, y aunque sea de pasada, no mencionar a Aznar, que tanto tiene que ver con los anteriores, equivaldría a marginarlo injustamente, cuando además últimamente ha vuelto al escenario no sabemos si como telonero, apuntador o primer galán. Y ahí está Aznar con su doble y penetrante mirada de águila bicéfala, escudriñando desde las alturas alpinas de su majestuoso vuelo a los que se arrastran por la tierra, entre ellos no sólo los pocos fiables sujetos del PSOE, sino también los suyos, los del PP, incluido Rajoy, que en cuanto el jefe deja de mirar tienen tendencia a desviarse.
L os titulares de los periódicos dejan bien claro que últimamente Aznar marca el paso al PP y sus opiniones radicalizan el discurso conservador. Su intervención en un mitin del PP en Estepona, Málaga, ha quedado reflejada en una fotografía del acto («Público», 19/4/2011) en el que con el rostro airado, la mirada feroz y la boca crispada, con los dos dedos índices, el de la derecha y el de la izquierda apuntando al aire, supongo que uno de ellos dirigido al PSOE, el otro a todos los que no están de acuerdo con él, Aznar nos está anunciando que contemos con él, que va a salvar a España, aunque no nos aclare de qué forma. Tampoco es cosa de preguntarle cómo. Sería el colmo de la falta de delicadeza perturbarle en su vuelo por los espacios siderales con mezquinas cuestiones económicas a ras de tierra.
Otro día hablaremos más a fondo de Aznar, que se lo merece, pero ya que estamos respirando ininterrumpidamente consignas políticas y jaculatorias religiosas, bueno será comentar de pasada esa noticia de que la Iglesia recibe 10.000 millones al año de las arcas públicas, que vienen a suponer 200 euros por habitante, creyente o ateo, católico, budista o hugonote. A partir de determinadas cifras, sufro una especie de mal de altura que me impide medir su desmesura. Solo sé que la cantidad mencionada es una barbaridad y que hace falta por parte de los que dan y de los que reciben un resistente rostro de cemento armado a prueba de sismógrafos.
En algún sitio creo recordar haber oído o leído que alguien de IU, ¿Cayo Lara?, ha calculado que con esos 10.000 millones se podrían mantener 400.000 puestos de trabajo. Entonces, ¿qué?, ¿el alma o el cuerpo?, las dos cosas es mucho pedir.
En fin ahí los tenemos: Zapatero, Rajoy, Aznar, Rouco Varela... que tanto nos quieren pero que no aciertan ni acaban de darnos un ejemplo convincente de austeridad ciudadana ni cristiana. Si por lo menos consiguiéramos que sus gentes dejen de viajar de gorra en primera...