Un tal Diccionario Biográfico, hijo de la vetusta Real Academia de la Historia española, fue presentado reciente y alegremente por el rey español y la ministra González-Sinde. Para el evento, Luis Suárez, académico y casualmente Presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos, ejerce de biógrafo del «valeroso y católico militar» que fue Franco, un general autoritario, que no totalitario ni dictador. El afecto se solaza empleando términos como «cruzada», «rojos» o «alzamiento nacional», borrando para la historia oficial el sangriento balance del golpe de estado y la represión franquista, eliminando cualquier referencia a la dictadura, y ciscándose en izquierdistas y republicanos siguiendo las consignas propagandísticas de un redivivo Movimiento Nacional. Al hilo, otros colegas suyos instruyen a futuras generaciones sobre los grandes legados de Aznar o Escrivá de Balaguer. De traca.

Cultura y Educación, se sacuden los polvos de estos lodos. Y aunque haya que admitir que ni se revisaron los textos antes de su publicación ni se cuestionó el pelaje de los encargados de su redacción, también parece que en este caso no cabe hablar de «contenidos totalmente distorsionadores de la realidad natural, histórica, social, y política» porque el diccionario está libre del pecado cometido por los libros de texto de las ikastolas: no utiliza para nada el término Euskal Herria. Tras el moderado escándalo surgido, la Academia reunida en cónclave se ha plantado en sus reales: Admite «enriquecer» los textos adjuntando otros «puntos de vista», pero modificar o rectificar, ni de coña. Y no hay más. Una losa franquista para la memoria histórica que el erario público ha financiado con seis millones de euros.