La OTAN pretendió justificar su guerra contra Gadafi -la cual ha intensificado en medios y brutalidad- con un argumento supuestamente de fácil venta al público: evitar un nuevo Srebrenica en Bengasi y Misrata. Sin embargo, esas intenciones disfrazadas de «protección de civiles» no tardaron en aparecer con el disfraz hecho jirones ante la evidencia de ataques indiscriminados, y enseguida la decisión de intervenir en Libia de los mismos que han provocado conflictos tan cruentos como los de Irak, Afganistán y Pakistán dejó más claras sus intenciones y, de paso y por enésima vez, la hipocresía de los gobiernos de sus integrantes. Ayer la OTAN quiso dejar claro algo que hacía tiempo que lo estaba. No abandonará Libia hasta derrocar a Gadafi. No hasta lograr la convivencia pacífica en el país u objetivos que suelen adornar ostentosos discursos, ni hasta que los libios lleguen a un acuerdo del que sean protagonistas y que se organicen política, social y económicamente sin injerencias... No se trata de eso, sino de un escuálido protectorado para la «era pos-Gadafi», preparando un nuevo gobierno compuesto por colaboradores anglófonos del país con un Karzai libio como cabeza visible.