Mikel INSAUSTI

Hacer autocrítica no es fácil, y creo que Guillaume Canet ha fallado a la hora de querer hablar de sí mismo, de sus amigos y de su generación. Ha conseguido una película comercial, que da al público justo lo que espera ver, por lo que todo acaba estando demasiado en su sitio. No es el tipo de cine francés que merece reconocimiento fuera de sus fronteras, desde el momento en que está más pensado para el consumo interior. A este lado de la muga poco nos debe importar si el director está liado sentimentalmente con su actriz Marion Cotillard, o si el reciente ganador en Cannes como Mejor Actor Jean Dujardin no necesita salir mucho para convertirse en el personaje influyente alrededor del cual giran los demás. Hay un exceso de moralina populista a la hora de juzgar la reacción del resto del grupo, cuando el protagonista en la sombra sufre un accidente en París y se pierde las vacaciones. Nunca se les perdona que intenten pasárselo bien, que naveguen en barco y coman ostras, mientras el amigo ausente sufre en el hospital. Es todavía peor en el lacrimógeno tramo final, en el que se llega a los discursos sentenciadores, propiciados por la muerte en la distancia del herido por exigencias de un guión que tiende a recurrir al chantaje emocional.

El inmejorable reparto coral de «Les petits mouchoirs» ha hecho por su cuenta y riesgo una gran película, pero quien no ha estado a la altura ha sido Guillaume Canet, que ha abusado de sus colegas alargando la duración de la película por encima de las dos horas y media. La insistencia durante tanto tiempo en determinadas características de cada uno de los personajes hace que se conviertan en inevitables estereotipos, como es el caso de un histérico Francois Cluzet, sobre quien recae en exceso la responsabilidad cómica. Otro error de bulto es la machacona introducción de canciones a lo largo del interminable montaje, a fin de rellenar los huecos narrativos entre diálogo y diálogo, dentro de una selección muy dispersa y tirando a tópica.