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Joxean Agirre Agirre Sociólogo

La palabra se abre paso

El autor se acerca al fenómeno conformado en torno al movimiento del 15-M analizando su origen, modos de comunicación, objetivos y características, que considera más ligadas al «cóctel social» de las grandes urbes que a las consecuencias directas de la crisis. En el artículo también rebate a quien, erigiéndose intérprete de la izquierda abertzale, reprocha a ese sector político y social su actitud ante estas movilizaciones. Recuerda, a este respecto, las décadas de lucha y compromiso que contemplan a sus militantes.

Vivimos tiempos de indignación y twitter, cercos y redes sociales, cargos públicos con escasa credibilidad y acampadas, recortes del estado del bienestar y asamblearismo, derecha mediática y ciberespacio rebelde. Más que de vivencia, sería más oportuno hablar de retransmisión generalizada. Youtube, cadenas generalistas de televisión, boletines digitales, Skype, hashtags, portales de streaming, blogueadores, manifiestos y wikis son algunas de las vías y vehículos que dan cauce a los mensajes y protestas del 15-M, auténticos catalizadores de una fenomenología inédita en el Estado español. Cualquiera diría que tenemos una revuelta social en ciernes, a fuerza de ver en la televisión y en Internet a tanto joven plantado frente al cordón policial de turno.

En medio de la mayoría absoluta de Esperanza Aguirre en la Comunidad autónoma madrileña, de la amplia victoria del PP en las elecciones locales con una participación que supera el 65% en el conjunto del estado, contemplar la Puerta del Sol abarrotada de gente provoca un cierto grado de satisfacción. Algo se mueve en España, tendemos a pensar. Y en el reino del inmovilismo, con la intelectualidad parasitaria aferrada a la olla del poder, una especie de «Mayo del 2011» en las mismas narices del sistema, kilómetro cero de la razón de estado, es una agradable brisa en el rostro de Euskal Herria. Suena bien la «#spanishrevolution».

Cierto es que ese torbellino social ha transgredido esquemas y atravesado fronteras sin ubicarse en tal o cual estado como «marca nacional». Con mayor o menor fuerza, apegada en mayor o menor medida a la realidad cultural, lingüística o territorial de Catalunya, Euskal Herria, Galiza, la indignación de amplias capas populares, de miles y miles de jóvenes desvinculados de la democracia representativa o del modelo socioecónomico tutelado por el Banco Mundial y el FMI, ha rebasado el esquema de «estado-nación» y desborda la contextualización territorial de las revueltas.

Sin embargo, la explosión parece más ligada al cóctel social de las grandes urbes que al impacto directo de la crisis y las recetas económicas al uso sobre los segmentos más perjudicados de la población. Más bien parece un destello del No Future anglosajón, que aflora cuando los jóvenes ven que su futuro es negro. La falta de empleo, el alto precio de la vivienda y la falta de oportunidades acordes con la preparación, formación y anhelos de la generación de relevo son desencadenantes de estas interesantísimas formas de insumisión colectiva.

Todo lo cual no quita para que en su desarrollo y manifestaciones se pueda advertir alguno de los puntos frágiles de la espontaneidad: su permeabilidad al discurso del poder -qué es violencia, por ejemplo- y el arribismo con el que lo reivindican los resentidos vitales, ese enjambre de freelances políticos que ocultan su frustración debajo de otras y variopintas catalogaciones, como columnista, activista social, analista o sociólogo. Que la condición del firmante no sea pretexto para excluir esa eximia profesión de la lista. Esta semana, sin ir más lejos, ha dado bastante que hablar un artículo firmado por Beñat Sarasola, donostiarra, crítico literario y columnista en ARGIA. A cuenta de la iniciativa de los «indignados», se erige en intérprete del pensamiento de la izquierda abertzale sobre ese movimiento a partir, supongo, de alguna opinión sobre el mismo que ha impactado en su límpida transculturalidad. Reprocha a la izquierda abertzale el tratar con mezquindad a la gente acampada, el menospreciar a cualquiera que amenace su vocación vanguardista, el mirar con desprecio a los magrebíes y tener como único bagaje de izquierda su «prosa kitsch-púrpura».

La lista de su descargo es bastante más larga, desborda prácticamente los tres mil quinientos caracteres de su artículo, titulado «Gu, ezker abertzalekook». Se lo recomiendo a quien tenga viejas rencillas, cuentas sin saldar y un poso de rencor contra la izquierda abertzale en el dobladillo de su existencia.

Desde luego, yo no conozco a nadie que pueda asociarse en términos cabales con la izquierda abertzale, que responda al arquetipo bosquejado por Sarasola. Sí he vivido y compartido mucho, en términos de militancia, con personas de un fondo personal inagotable, el contrapunto del paternalismo neoconservador y el desprecio infinito que caricaturiza su artículo. Gente capaz de poner en valor el vuelco en muchas conciencias que supone tutear al stablishment desde una tienda de campaña frente a la Puerta del Sol o El Arriaga. Personas comprometidas contra Bologna, que conocen de primera mano la ocupación pacífica, la huelga de hambre, la insumisión, pero que no exhiben su currículum como «iconografía guay». Es, simplemente, su bagaje personal. Y, sobre un principio acumulativo que tiene ya medio siglo de historia en este país, es parte de un bagaje colectivo sin pretensiones didácticas.

En cualquier caso, estamos en un nuevo tiempo político en el que, por activa y por pasiva, la palabra, como antesala de la acción, va a adquirir absoluta centralidad. Ni las redadas policiales, ni los atentados, ni la tortura, ni los sabotajes, ni los juicios políticos en Madrid o París, serán capaces -aún como mera hipótesis, en unos casos, y como chantaje permanente por parte de los estados, en el otro- de alterar el nuevo paradigma.

El extensísimo reconocimiento de la población a la apuesta política encarnada por Bildu, es un espaldarazo sin retroceso posible a un proceso democrático en el que la palabra, el diálogo, la negociación, la mesa y el acuerdo serán piedras angulares de una nueva arquitectura política y social.

La izquierda abertzale, mal que le pese a algún falso altavoz de la «indignación» en este país, seguirá siendo un actor importante en esa necesaria articulación entre la palabra y la acción. En las instituciones y en la calle, en los movimientos y redes sociales, en los barrios y en los foros. Las grandes dinámicas llamadas a articular la movilización en un futuro muy cercano, como la lucha por los derechos civiles o por los derechos de los presos políticos vascos, cuentan con la palabra como motor de persuasión.

Hoy mismo, en Donostia, Eleak Mugimendua hará su presentación pública apenas a una semana vista del inicio del juicio por el sumario Bateragune. Eleak tendrá la palabra, y Euskal Herria Libre eta Legala, con dos eles como impulso argumental, será un surtidor de energía inagotable, abierto a todo tipo de aportaciones, sin mirar a nadie por encima del hombro.

Y para finalizar, la izquierda abertzale no necesita del aval o la comprensión de nadie para sentirse alegre o indignada. Tras décadas de aciertos y errores, autocrítica constante, represión bestial, rectificaciones incontestables y una trayectoria contrastada de propuestas para cambiar Euskal Herria desde la izquierda, la inquina de los que nos prefieren en la estacada no puntúa a estas alturas del partido. Ese estilo de crítica culpabilizadora no pasa de ser una enseña del zángano intelectual.

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