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Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía

El desorden establecido

El autor reflexiona sobre las reacciones que han suscitado los hechos acaecidos en el exterior del Parlament de Catalunya y rechaza los argumentos de quienes ponen el grito en el cielo, liderados por un «arcangélico coro de demócratas pacifistas» que no tienen en cuenta la «digna vida del pueblo». Se pregunta si no es violencia el saqueo de los bienes colectivos y repasa la trayectoria de movimientos y autores de la «no violencia», para concluir haciendo un llamamiento contra «la manipulación de quienes dominan los altavoces y los púlpitos».

La expresión que encabeza este quejido de airada indignación no pertenece a ningún izquierdista irredento, sino que es debida al fundador del llamado personalismo cristiano, Emmanuel Mounier. El tema del orden y su contrario, al igual que el de la violencia y la ausencia de ella, da para mucho y siempre ha dado mucho de sí, y de no; y lo que te rondaré morena, o rubia.

Estas líneas son provocadas precisamente por los últimos brotes de brutal violencia (?) que se han dado últimamente por parte de, o relacionados con, los indignados (lanzamiento de botellas, uso de spray, lanzamiento de lapos, de gritos, etc.), aunque mirando en profundidad el asunto, tal vez sea, como señala clarividente un tal Puig, conseller del ramo catalán, obra de profesionales de la bronca... efectivamente, no hay más que ver la infiltración en las filas indignadas de unos cuantos soliviantadores mossos de escuadra camuflados de airados manifestantes; se puede ver en Youtube, si bien, aun aceptando que hubo tales infiltrados, tal señor afirma a continuación que ellos no provocaron la agresión, para añadir acto seguido, en salto mortal y medio en lo que hace a la lógica, que las imágenes ofrecidas en internet son trucadas. «Collons com plou!

Pues nada, estos días un arcangélico coro de demócratas pacifistas encabezados por el jefe de los policías mentados y acompañado por el siempre equilibrado señor don Ramón Jáuregui, el honorable señor don Artur Mas y todos, o casi, los periodistas y tertulianos que en el mundo son, han clamado que hay que marcar límites que no se pueden sobrepasar para mantenerse dentro de las reglas de juego que a ellos les dan vidilla y que son las únicas aceptables por los demócratas y gente de bien. Surgen de inmediato dos cuestiones que no se pueden ni se deben soslayar a pesar de las sentencias de tan ilustres e ilustrados caballeros y caballeras: una, la referida a la tan manida y adulterada «democracia», término tabú y tótem donde los haya, y la segunda referida a qué es esa cosa llamada «violencia». Difícil resulta deslindar ambos asuntos, ya que inevitablemente se entrelazan. Mas vamos allá.

La democracia, poder del pueblo según su etimología griega, que no tiene en cuenta la digna vida del pueblo, de la mayoría de la población, que sólo, casi en exclusiva, tiene en cuenta los deseos de los poderes económicos es una democracia de pega, una democracia para las élites que excluye a los trabajadores y sus derechos, que tantos años han costado lograrlos; democracia para supercivilizados que deja fuera a la ruidosa y mal peinada, plebe, haciendo que se pueda hablar como habla con tino Jacques Rancière de «haine à la démocratie»(odio a la democracia) al señalar tal tipo de discriminaciones.

¿Es democrático recortar los presupuestos en educación, bienestar social, sanidad; poner en marcha unas leyes que hacen que el trabajo sea una forma de esclavitud para gran parte de los trabajadores? ¿Es preocuparse de la calidad de vida de los trabajadores hacerles seguir pagando una vivienda que previamente se les ha quitado debido a los leoninos préstamos de los usureros modernos, los banqueros? ¿Es democrático que la voluntad popular no sirva para nada en la medida en que no se pliegue a las imposiciones de la Europa del capital y que no plazca a los intereses del FMI?

Si lo anterior no es pura violencia, que bajen todos los dioses de la bóveda celestial, Marte incluido, y lo vean. Que se intente entorpecer la celebración de una reunión parlamentaria que es claro -como luego se vio- que lo único que va a hacer es poner más difícil la vida de los jóvenes, de los que menos tienen, y que todos se lancen como verdaderos buitres a afear tan antidemocrática conducta tachándola de violenta no es de recibo. ¿Que se abuchee a alguien que no ha tenido para nada en cuenta las condiciones de vida de los ciudadanos frente a su domicilio es atentar contra la intimidad de la que todo dios ha de disfrutar? ¿Dónde quedan los derechos a la intimidad de quienes no tienen con qué vivir, con serios problemas de vivienda, de trabajo, etc.? ¿Que a alguien le hayan manchado la chaquetita es terrorífico cuando ese alguien, con lo que cobra, como un privilegiado mantenido, puede comprarse cuatro más al mes? ¿Que a alguien le arrojen un japo cuando él todos los días no hace sino escupir sobre los derechos de los demás disponiendo así de sus vidas supone un comportamiento tan terriblemente inaceptable?

No sigo para no aburrir, aunque quizá todas las protestas, del tipo que sean, estén fuera de lugar, ya que el bienintencionado propósito de quienes dirigen el cotarro no es en el fondo otro que convertir a todo dios en «ingeniero», como diría Danilo Dolci, hacer que estemos absolutamente absorbidos en ingeniarnos en cómo buscarnos la vida y hallar la manera más digna de salir para adelante .

Pues bien, como decía, surgen jueces por todas las esquinas para condenar el terrible comportamiento de quienes protestan, y es lástima que entre ellos aparezca un triste comunicado del bueno de Stéphan Hessel que juzga «intolerable» que se intente obstaculizar una reunión parlamentaria, convirtiéndose así en el «papa de la indignación», en el poseedor único de la verdad y la justeza en lo que hace a la verdadera democracia y la auténtica y patentada no violencia (¿el comunicado lo ha escrito él o sus editores?).

Sin entrar en mayores, Sabinos tiene la cosa, no hace falta más que mirar por encima las experiencias de desobediencia civil de los Thoreau, la resistencia pasiva defendida por Tolstoi y puesta en práctica por el mahatma Gandhi, o las acciones de acción directa no violenta practicada en Sudáfrica por colegas de Nelson Mandela, saboteando -las vías- hasta con petardos el transporte de tropas que iban a reprimir a sangre y fuego a quienes reclamaban sus derechos, o también en otros lugares como en la propia patria hexagonal de Hessel ver los posicionamientos del miembro del Arca de Lanza del Vasto, Joseph Pyronet, o las acciones del grupo Anarchisme et non violence, o los resistentes de Larzac o más recientemente los sabotajes de Bové et compagnie para ver que en todas ellas hay una cierta violencia con respecto a la obediencia a las reglas de los poderosos. Recuerdo cómo el defensor de la ahimsa (no violencia) y el satyagraha( amor a la verdad) realizaba una significativa y tajante afirmación de que prefería a quienes usaban la violencia que no a quienes se conformaban sin chistar ante la injusticia. Más en concreto: «nunca la paz a costa de la verdad o la justicia», o todavía: «sí creo que donde haya sólo una oportunidad entre cobardía y violencia, sugeriría la violencia; aunque elegiría una tercera: la acción no violenta».

La manipulación de quienes dominan los altavoces y los púlpitos de distinto signo hace que ellos dictaminen lo que se puede y lo que no decir o hacer en lo que referido al comportamiento democrático y en lo que es o no es violento, tergiversando sistemáticamente la verdad y la justicia haciendo que uno se sienta ante un mundo al revés que cantase con brío la combativa Violeta Parra: «El hombre se come el pasto/ el burro los caramelos/ la nieta manda al abuelo/ y la sota al rey de bastos/ l'agua la llevo en canasto/ me duermo debajo el catre/ todo lo endulzo con natre/ bailo en la tumba del muerto/ mentira todo lo cierto/ gritaba desnudo un sastre», y no sigo para no abusar de la paciencia de ustedes, aunque leyendo, ahora mismo, los encendidos elogios del nunca bien ponderado en derechismos profundos y académico Luis María Ansón hacia José Luis Sampedro, a uno le entran las ganas de seguir cantando hasta el final: «el mundo al revés... ya nadie tiene cabeza...».

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