Al donostiarra Pedro Aguilera se le relacionó directamente con el cine del mexicano Carlos Reygadas, cuando su ópera prima «La influencia» gozó de una excelente acogida crítica. Se puede decir que en su segundo largometraje «Naufragio» ya camina solo, y éste es un recorrido más difícil, porque hasta parece que los grandes festivales se hayan olvidado de él. Se ha estrenado con cuatro únicas copias, por lo que hemos de considerarnos afortunados al disponer de una en los Multicines de Bilbo. Pocos espectadores se atreven con el cine experimental, menos aún si toca un tema de interés sociológico desde otra perspectiva deliberadamente alejada del lugar común y de lo noticiable. El que va a ver una película sobre la inmigración procedente del África subsahariana llega al cine con una idea preestablecida, hasta el punto que si se encuentra con algo diferente a la denuncia objetiva del problema se va a sentir decepcionado o descolocado. Aguilera ha escogido la opción más arriesgada, y propone una interpretación simbolista del éxodo africano hacia Europa que nada tiene que ver con lo visto hasta ahora.

Soy el primero en confesar que de no haber leído las notas previas del director antes de ver «Naufragio», es muy seguro que me habría perdido en el extraño viaje protagonizado por Solo Turé. Salvo la pista de su nombre en la ficción, que es el de Robinson, apenas existen más informaciones para desentrañar su misterio. Un nombre que lleva a la confusión, porque corresponde al del náufrago blanco en la novela de Daniel Defoe, mientras que el nativo se llamaba Viernes. La inversión de términos viene a indicar que el colonialismo ha traído como consecuencia un viaje de vuelta en el que el Continente Negro se ha desplazado al Norte, y con esa deriva, según Aguilera, también se desplaza un modo más primitivista y mágico de entender la existencia. El donostiarra conecta así con la cada vez mayor presencia de las creencias animistas en el cine de autor, en oposición a la tecnocracia.